La travesía de los faisanes de Müller

Metáforas y Cuestionamientos en El hombre es un gran faisán en el mundo. Novela es una severa crítica a la vida de países satélites de la Unión Soviética. Carlos Villanes Cairo. Madrid. Nacida en Rumania, en una familia de germanos emigrantes, Herta Müller (Nitzkydorf, 1953), tuvo como legua materna el alemán, pero pasó la guerra y el desgraciado Muro de Berlín, aun en los Países Bajos, la separó de la patria de sus padres. Todavía a los 15 años aprendió el rumano y descubrió un mundo diferente. La gran angustia de vivir las miserias sociales y políticas en un lugar equivocado, es la veta creativa que le ha valido el Premio Nobel de Literatura de 2009. Publicada en 1992, por la editorial Siruela en España, El hombre es un gran faisán en el mundo (reed. 2007, 120 pp.) ha cobrado gran actualidad porque sólo 4 de las 20 obras de la escritora están volcadas a nuestra lengua. La metáfora de los faisanes es antitética. Para los alemanes el faisán es un ave bella por sus plumas y de fácil cacería porque no vuela, para los rumanos significa el mayor fracaso de algún intento por hacer algo bueno o diferente. Müller lo dice con diáfana claridad: los germanos identifican al faisán con el tipo arrogante y fanfarrón, los suabos lo asocian al miserable perdedor. Con pinceladas precisas, descarnadas y deslumbrantes, que conmueven por su intensidad metafórica y convierten en poesía a su prosa original y muy trabajada, Müller cuenta la historia de Windisch, un molinero en la Rumania rural, de su mujer que ha tenido que prostituirse en Rusia por unas tajadas de pan de los soldados y de su hija Amalie, la más pequeña de la casa, que a pesar de su juventud trabaja en la ciudad como maestra. El sueño de la familia es conseguir un pasaporte que les permita emigrar. Pero el cupo es miserable. El policía del pueblo para gestionar la credencial tiene un tálamo en la trastienda y para buscar los papeles debajo de la cama exige a las mujeres repetidos favores carnales. El cura hace lo mismo, consigue las partidas de bautismo bajo el colchón previa canonjía sexual. La mujer del correo debe comprar las estampillas para las solicitudes y se gasta el dinero en aguardiente, las cartas no llegan y los cupos se siguen cobrando. Windisch paga con harina, pero cura y policía le dicen que no basta, quieren a Amalie. El hombre sospecha que su hija no es virgen por su manera de caminar y no evita el sacrificio. Conseguido el pasaporte emigran y, años después, ya triunfadores en el extranjero vuelven, pero todo sigue igual, visitan la iglesia, muy elegantes, y sus viejos vecinos comentan: “Van a comulgar sin haberse confesado”. (p.120) Anécdota aparte, esta impresionante novela muestra la despiadada atomización de una comunidad germánica en la Rumania comunista de Ceausescu, tan miserable como las satrapías que Stalin, Hitler o Mussolini quisieron implantar. Müller no sólo escudriña el despotismo, también nos introduce, con un lenguaje de imágenes brillantes, al mundo de su adolescencia, sus formas de vida, supersticiones, tabús, y elementos de control social, el machismo familiar y la exasperante pasividad femenina. Al señor, el honor; la rumano-germana bien merece el más alto galardón literario del mundo.