RENATO CISNEROS. El escritor presentó en la FIL de Lima Dejarás la tierra, una novela que devela el gran secreto de una familia que guardó celosamente durante 200 años.,Renato Cisneros se ha zambullido en la historia de la familia Cisneros. En su reciente novela, Dejarás la tierra (Ed. Planeta), narra la historia de una estirpe. Hace 200 años, Nicolosa Cisneros tiene un hijo del cura del pueblo, Gregorio Cartagena, quien, para ocultar su paternidad, con la aceptación de la madre, inventan un padre, “Roberto Benjamín”, para el niño y para los hermanos sucesivos. Desde el presente, el escritor busca desandar el origen de esta mentira que se mantuvo intacta generación tras generación. ¿Qué es este libro, buscar dónde ocurrió el “error” de la familia Cisneros? Yo parto de la tesis, por un lado, de que todas las familias tienen una herida, una historia, un secreto del que no quieren hablar. En la medida en que no se habla y se invisibiliza ese secreto, la herida va a repercutir en las generaciones siguientes. Me pareció una historia que debía contarse, como lo haría cualquier escritor. Y por otro lado, conjurar ciertos maleficios, nuestras vidas conflictuadas por las vidas de todos estos hombres. Entonces, es una indagación personal, pero sobre todo una búsqueda para escribir una historia. En el fondo, un viaje a la semilla de la identidad de los Cisneros. –Totalmente. El tema de la novela es la identidad. Es también la herencia, el destino, el secreto, como uno hereda ciertos fantasmas y traumas del pasado, pero sobre todo la identidad. Hace 40 años, había una serie de temas de los que no se hablaban como el rol de la mujer en la sociedad, del calentamiento global, de la protección animal, el género, etc. Creo que cada día se está problematizando más que antes en el Perú el tema de la identidad. ¿Tuviste que enfrentarte a la situación familiar? Yo crecí admirando a estos hombres de mi familia, muchos de ellos personajes ilustres que se ha habla en las enciclopedias. Pero siempre me pareció que había algo sospechoso en la jactancia con que se habla de estos personajes de quienes no me he desencantado, al contrario, los quiero más y los siento más míos porque conozco sus debilidades. El silencio que protege. En una sociedad conservadora y tradicional como la peruana, está siempre presente la idea de que el silencio protege, impide que se genere algún tipo de daño. Yo creo que es al revés, el silencio es dañino, es tóxico. Conviene sacar algunos secretos a la luz, ponerlos en evidencia, no por el morbo de hacerlo sino porque al hacerlo uno termina dándose cuenta de que los secretos de los demás son muy parecidos y terminas sintiéndote menos solo. Los Cisneros tienen una vida de amores secretos y las han tenido de posta en posta en generaciones sucesivas... Aunque no me lo propuse, me di cuenta de que el libro termina ensalzando más a las mujeres que a los hombres de esta historia. En general, la historia del Perú está llena de próceres y hay muy pocas mujeres. Seguro hay más. En la novela, son las mujeres las que vencen el prejuicio social, sacan adelante a la familia. Los hombres están ocupados en su rol público y no tienen las suficientes agallas. Uno de los Cisneros está en crisis total, que despide a la empleada de casa, pero esta le dice, “me quedo, entre pobres tenemos que darnos la mano”. En el Perú, siempre hemos tenido una especie de fascinación traumática por la nobleza. La gente con tal de dar la impresión de estar bien es capaz de crear su propia realidad. Me interesaba contar cómo hay familias que caen en decadencia y se vuelven una más. Ya no podían vivir de su economía sino de su apellido. Exactamente. Me parece bien interesante reconstruir la historia de la familia a partir de personajes, las empleadas. Me interesaba la mirada de alguien que sin ser parte de la familia digan “estos se están jodiendo la vida y no se dan cuenta”. Corres una cortina para ver toda una historia de la bastardía. Totalmente. A mí me interesaba que hubiese un diálogo entre esta familia que se va gestando y este país que también empieza a hacerse a sí mismo. Considero que hay ideas muy parecidas, la familia nace con una intriga: no se sabe quién es el padre de esta primera generación de Cisneros; en paralelo, un país que no está muy convencido de su independencia, que le cuesta su nuevo papel autónomo, que extraña el virreinato, que no sabe si elegir entre San Martín y Bolívar, hay una intriga en su acta de nacimiento. Creo que esa idea en el Perú se mantiene. Yo creo que es una tensión que hasta hoy arrastramos los peruanos, estamos condenados a pelearnos. Creo que la reconciliación es un discurso utópico. Aunque está bien tener un discurso utópico, no hay señales de en los próximos 30 o 50 años vamos a ser una sociedad menos fracturada. Según la novela, ¿Bolívar denostaba a los peruanos? Sí. En sus cartas trata a los peruanos como unos sujetos que no tienen inteligencia. Es sumamente déspota en su manera de referirse a quienes iba a ayudar a independizarse. Una de las cosas que busca este libro es desmitificar, ahí está Ramón Castilla, que para mí era un autoritario, un miserable. Y como en La violencia del tiempo, es una necesidad de desmitificar las verdades en las que está asentada una sociedad. La primera vez que conversamos, no fue por un libro, no publicabas aún, sino por las décimas que hacías. Yo entonces escribía versos y trataba de hacerlo a la manera de mi abuelo Luis Fernando. Pero me desencanté de la rima y de esos poemas porque con los años me di cuenta de que mi abuelo escribía de esa manera para no escribir las cosas que de verdad le dolían. Entonces, yo siento que son más las mujeres a las que les debo el gen de la ficción. Siento que le debo más a Nicolasa, que es quien funda la mentira y le da estatus de verdad con estas partidas de bautizo falsas, lo que hace es fundar una mentira envuelta en una apariencia de verdad. Qué son las novelas sino eso, son mentiras envueltas en una apariencia de verdad. ZAVALITA Y SU FRASE ¿Qué opinaría tu padre de esta novela? Hay momentos en los que pensaba en lo que diría mi padre, mi tío Jaime, seguramente se disgustarían. Pero también existe en el Perú la idea de que los hijos deben honrar a sus padres, lo que implica pensar como ellos, no desmentirlos. Pero creo que también habla bien de una familia tener a alguien que discuta todo eso. Quiere decir que en algún punto de mi crianza fui criado con libertad. Yo espero ya no escribir libros sobre mi familia. Has dicho que vas a escribir sobre el Perú del año 2000. Sí, me interesa el año 2000. Ahí yo tengo una herida personal, porque en ese año yo trabajaba en el Congreso de la mano de Martha Hildebrandt, a quien le tendré una estima intelectual altísima, pero que en ese momento era una dama del fujimorismo bastante poderosa. Trabajaba en el Estado, a mí siempre me quedó una inquina personal de si debía aceptar ese trabajo. Además, fui testigo privilegiado de la decadencia política que vivió el Perú. Como la profecía, ya no de los Cisneros sino de los peruanos. Una profecía que está condenada a repetirse una y otra vez Sí, es verdad. El otro día releía Conversación en la catedral y pensaba en la famosa frase de Zavalita, “en qué momento se jodió el Perú”, no podía dejar de relacionarlo con esa frase de “a esta familia le encanta joderse”. Al Perú le encanta joderse, es como si sufrimos y padecemos de aquello que en fondo quizás morbosamente disfrutamos. Nos encanta jodernos la vida. ❧ “LA PACATERÍA INVISIBILIZA” La novela destapa la olla de la pacatería peruana. Esa pacatería que tiende a invisibilizar lo malo que ha podido ocurrir en el pasado de la familia, y que además tiene una mirada muy condescendiente al decir “de eso no hay que hablar porque ya pasó”. Pero no, me parece que en el pasado también están las claves. Me parece que esta es una sociedad que tendría que psicoanalizarse más. En el pasado tenemos una serie de temas no resueltos y no sé si las novelas ayudan a resolver, pero sí a problematizar. En La violencia, el tiempo, de Miguel Gutiérrez, también ofrece una visión sobre estirpes. Qué bueno que menciones a Miguel porque alguna vez lo escuché decir que falta en el Perú una novela sobre la decadencia de la familia.