Ubicado en Polvos Azules, este lugar se ha convertido en punto de encuentro de cinéfilos y cineastas que buscan películas casi inubicables. Todo se lo deben a cuatro empeñosos vendedores que se mueven entre la cultura y la informalidad., Texto: Nilton Torres Varillas. Fotografía: Franz Krajnik. En un trozo de papel Iván tiene anotada, con letra menuda, una relación con unos treinta títulos de películas. Entre ellos: El cocinero, el ladrón su mujer y su amante, de Peter Greenaway, Death Proof, de Robert Rodríguez, Twin Peaks de David Lynch, Sonata de otoño de Ingmar Bergman. Le toca reponer las carátulas de estas películas en los catálogos que reposan sobre su estrecho mostrador de vidrio, que hace las veces también de puerta de entrada a su stand, el número 16, ubicado en el Pasaje 18 de Polvos Azules. Detrás de él se alzan, a casi cuatro metros del piso, estanterías con centenares de películas y documentales en DVD. Cuando habla de esas películas, Iván demuestra un nutrido conocimiento de cine clásico e independiente, y resume con la misma pericia tanto los trabajos de legendarios realizadores, Scorsese o Kubrick, como el de cineastas más caletas y de nombres a veces impronunciables, como el tailandés Apichatpong Weerasethakul, ganador de la Palma de Oro en Cannes. Hace unas semanas Iván tuvo frente a él a Apichatpong y el recuerdo de esa visita aún lo emociona. Dice que “el chinito” era muy sencillo y que se sorprendió de ver que casi toda su filmografía estaba allí. “El cine que hace este director no le gusta a toda la gente. Es un cine para conocedores”, afirma. Hace ocho años, cuando Iván vivía en la ciudad ancashina de Sihuas, no era un “conocedor”. Las películas que veía, y que más le gustaban, eran las de vaqueros y nunca se preguntaba quién dirigía o quienes actuaban. Lo substancial era que hubiera flechas, balas y mucha acción. La educación cinematográfica de la que hace gala Iván la ha obtenido trabajando en Comercial Charito, una de las cuatro tiendas de ese pasaje de Polvos Azules, el 18, que ha adquirido un aura mítica a partir de la bendición otorgada por la gente del cine que ha llegado hasta este lugar para hacerse con esa película inubicable o dejar sus más recientes producciones para que allí las promocionen. Y en ese ir y venir de cineastas y documentalistas, Iván y sus tres colegas de negocio se han convertido en una pieza importante de la maquinaria de difusión de la producción fílmica mundial que se hace fuera de Hollywood. Para el cliente exigente Iván se inició en la venta de películas cuando estas todavía circulaban en formato VHS. Atendiendo a sus clientes, que buscaban esa joya perdida en la filmografía de un actor o un director, o ese documental que nunca se estrenaba en una sala local, aprendió a apreciar el buen cine. “Primerito me costaba ver las películas subtituladas. Se me hacía difícil leer y entender la historia al mismo tiempo. Ahora ya no me gusta ver películas en español. Y si me preguntas de cine comercial, no sé nada”. Iván es menudo y de pocas palabras, pero cuando aparece un comprador y le empieza a lanzar los títulos de las películas que busca, de repente es como si saliera de su aletargada tranquilidad y de un brinco está montado en su escalera. Sube, baja, sube, baja. Hurga entre las estanterías y apila sobre los catálogos los DVD solicitados. Cuando ha colmado los requerimientos del comprador, esboza una sonrisa de triunfo. Otro cliente satisfecho. “La gente se emociona cuando encuentras la película que busca. Eso es gratificante”, dice Holy, vendedora del stand Ciudadano Kane, ubicado frente al local de Iván y en el que está desde el año 2008, cuando decidió cambiar de rubro (antes vendía ropa). Holy también ha aprendido todo lo que sabe de cine por sus clientes, quienes le recomiendan películas. Pero además cada día, al final de la jornada, dedica al menos un par de horas para navegar por internet y así mantenerse informada de lo nuevo en la producción independiente mundial, además de actualizar el Facebook de su tienda, donde anuncia cada una de los nuevos títulos que agrega a su catálogo. Una parte importante de su trabajo es el conseguir películas, y para ello pide ayuda a los clientes que viajan al extranjero y le traen filmes inéditos en esta parte del mundo. Es una búsqueda interminable de títulos nuevos. “Semanalmente debo tener novedades, así que recurro a mis proveedores o hago algún recorrido por otros campos feriales. Lo importante es estar al día”, dice Milton, propietario de Mondo Trasho, stand que lleva el nombre de una peculiar pieza del cine de John Waters. Milton es el nuevo del Pasaje 18. En setiembre del año pasado recibió en traspaso el negocio y le tocó hacer una inmersión acelerada en el mundo del cine independiente y clásico. “No sabía quiénes eran Kim Ki-Duk, Alejandro Jodorowsky, Aki Kaurismaki, Louis Mallé, Krzysztof Kie?lowski. Solo conocía a los famosos de Hollywood y las películas comerciales de cartelera”. Milton está en pleno proceso de aprendizaje y lo que más le gusta de su trabajo –asegura– es que hay una competencia sana entre sus colegas de negocio. Nadie se quita a los clientes, y cuando uno de ellos no tiene una película, pero sabe que el otro sí, envía al comprador donde el compañero. Promotores de cultura “Te piratean, luego existes. Gracias Florencio”. El joven cineasta peruano Juan Daniel Molero dedica con esta frase la carátula de su ópera prima, Reminiscencias. Florencio es el propietario de Voyeur, el stand número 3 del Pasaje 18. Lleva doce años en Polvos Azules y ya vendía películas cuando el centro comercial aún estaba en la hoy alameda Chabuca Granda, detrás del Correo Central de Lima. Antes ofrecía artefactos eléctricos, pero como le gustaban las películas antiguas, por ejemplo Cantando bajo la lluvia, cambió de rubro. “Tenía un cliente, el señor Alfonso, que me traía películas de Chile, de Venezuela. Con él aprendí de cine latinoamericano”. Florencio es testigo de la evolución del negocio y de cómo poco a poco se han ganado el respeto de una clientela bastante exigente. Hay un orgullo especial que sienten con respecto a esas películas y documentales cuyas carátulas se las han dedicado personalidades del cine peruano, como Alejandro Legaspi, Magaly Solier, Pili Flores Guerra, Héctor Gálvez, Joel Calero, y también latinoamericanos como Arcelia Ramírez, Matías Bize y Pablo Trapero. Y está también la visita semanal, o mensual, de ilustres clientes: Chicho Durant, Rafo León, Francisco Lombardi, el crítico Ricardo Bedoya y hasta el historiador Nelson Manrique. Pero los que más se zambullen en sus catálogos son esa legión de cinéfilos, mayores y jóvenes, estudiantes y profesionales, que son sus amigos, guías y voraces compradores. –Yo solo quiero darles lo mejor a mis clientes –dirá Milton. –El cine independiente puede cambiar tu mentalidad –dirá Holy. –El cine se ha hecho para ver, no para esconder –dirá Florencio. –Aquí educamos a la gente y ese es nuestro trabajo –dirá Iván. No es exagerado decir que estos cuatro comerciantes son auténticos promotores culturales, cuya labor es refrendada por los propios cineastas que, sobre todo durante la realización del Festival de Cine de Lima, visitan sus puestos diligentemente, como si fuesen parte del circuito oficial del festival. Holy dice que espera que algún día el negocio deje esa informalidad en la que se mueve y encuentre una forma de legalizar su actividad, ya sea a través de un impuesto, de un pago de derechos. Todo en pos de seguir ofreciendo a sus clientes esas joyas del cine mundial que no tiene cabida en la cartelera comercial. Mientras tanto, los cinéfilos limeños, y los visitantes, seguirán agradeciendo que los cuatro del Pasaje 18 estén allí como los protagonistas de una película que espera tener un final feliz.