Era su esposo y padre de sus hijos quien la insultaba, golpeaba y solía decirle que “se pasaba la justicia por las bolas”. Durante 18 años ella no solo fue víctima de un agresor, también lo fue de la indolencia de un sistema que parece funcionar en contra de las mujeres, y es que el problema no solo es el Poder Judicial. Ella intentó infinidad de veces denunciar a su esposo ante la Policía, pero solo obtuvo un trato hostil y cuando recurrió a la Defensoría de la Mujer su caso fue archivado porque alguien olvidó poner unos sellos en los documentos. La conocía desde la universidad pero nunca me di cuenta de nada, jamás hablamos de su vida a detalle excepto de cosas banales, y es que por ese entonces no éramos tan cercanas. Yo había compartido un post sobre la denuncia de una mujer maltratada pidiendo no ser indiferentes a casos como estos. Cuando recibí los mensajes de Marisabel contándome su historia quedé paralizada y conmovida, pero también sentí culpa. Me di cuenta de lo poco que sabía de ella. ¿Qué quieres que haga? Le pregunté. Publícalo, me dijo. Le consulté si estaba segura y ella respondió con un contundente, “el miedo ha sido mi peor enemigo”. Conté su historia y las muestras de solidaridad de amigos y desconocidos fueron abrumadoras pero lo más importante es que ella recobró el brillo que había perdido. Dos años después de hacer pública su historia y la identidad de su agresor la vida de mi amiga cambió radicalmente, comenzando por el hecho de que su cobarde agresor dejó la casa y con ello las agresiones e insultos. Marisabel ya no es una estadística y está agradecida por ello, sabe ahora que vencer el miedo puede hacer la diferencia. Pero nada es posible si no abandonamos la indolencia frente al sufrimiento de otros. La responsabilidad no solo es de las autoridades, no nos hagamos los sordos y ciegos si sabemos o tan solo lo sospechamos. Ayudemos y denunciemos, a veces ellas no saben cómo hacerlo. No seamos indiferentes, eso nos hace cómplices.