El escritor acaba de publicar La casa apartada, un libro de cuentos con historias de campiña. Aquí detalla motivos de sus narraciones y su responsabilidad con la escritura.,Publica poco, es casi un ermitaño de la narrativa peruana. El escritor Antonio Gálvez Ronceros (Chincha, 1932) es una voz singular en nuestras letras, sobre todo porque, con realismo y fino humor, recoge en sus cuentos el lenguaje del hombre de campiña, del negro campesino. Gálvez Ronceros, autor de Los ermitaños, Monólogo desde la tinieblas,entre otros libros, acaba de publicar La casa apartada (Ed. Alfaguara), libro que reúne seis cuentos. Sus historias, un mendigo que disfraza a su perro de mendigo para recoger limosnas. Un sastre que hace lecturas delirantes de los diarios, un perro que es capaz de insultar a su ama que le castiga, los amores locos de un campesino por una burra, una casa apartada con un voz misteriosa y, para variar, como pieza maestra, un policial pueblerino. Los campesinos suelen decir “de la chacra a la olla”, en su caso podemos decir “de la chacra a la literatura peruana”. Yo creo que sí, porque en la mayoría de los cuentos que he escrito, he transitado por ese ambiente literario. En Monólogo desde las tinieblas y en Los ermitaños, mi primer libro y en este último, el ambiente campesino está presente. A mí lo que me interesa sobremanera en estas historias ambientadas en la campiña, porque no están en el latifundio, sino en la pequeña parcela, es el lenguaje de los habitantes de la campiña, de aquellos que están cerca de la ciudad. ¿De joven hizo buceos lingüísticos para recoger el modo del habla campesina? Sí, la cercanía de la campiña a la ciudad a mí me ha permitido frecuentar la campiña. Cuando he sido adolescente tenía que hacerlo todos los fines de semana. Entrar a un tambo, que es el nombre que se les da a las pulperías en la campiña en la zona de Chincha y en otros lugares, a comprar algo era encontrarse con dos o tres campesinos tomando su copa de vino en la tarde porque el campesino del minifundio se ganaba la vida prestando sus servicios en el latifundio. Encontrarse con ellos era encontrarse con un lenguaje particular y con historias... Así es. A fuerza de escucharlos, me he ido acostumbrando y deleitándome con sus formas de lenguaje. No se trata de gente instruida, pero resuelven el problema de comunicación con ingenio, con imaginación, a base de símil y también con sencillas metáforas. Es lo que más me ha encantado del lenguaje campesino. Y me ha permitido incluso inventar. No he trabajado nunca con grabadora, simplemente me he servido del conocimiento que he tenido de esas modalidades para crear formas virtuales que tienen la naturalidad de estar dentro del habla de los afrodescendientes. En Monólogo... los personajes tienen un lenguaje y el narrador otro... Muchas de las historias de ese libro están puestas en boca de los personajes, eso hace que muchas de las historias estén narradas desde adentro. Sus libros tienen un lazo común que es el realismo. Sí, pero hay una ruptura en uno de los cuentos de este último libro llamado “Un perro en la noche” en el que la verosimilitud se rompe porque es una situación extrema de sufrimiento. Un personaje como es el perro logra articular palabras. Ese es un trabajo en el que me he valido de ciertos elementos que tienen el fin de preparar al lector para que no rechace el hecho de que el perro hable, y es cuando recibe una paliza de parte de su ama y este y le dice “¡Vieja de mierda!” y después, cuando esta se desmaya, el perro dice: “¡jódete!”. El perro asume una voz. Ribeyro decía “la palabra del mudo”. Sí. Hay seres humanos que por su conducta se deshumanizan, y hay animales que por su conducta se humanizan. Esta es la idea que he tratado de desarrollar en esa escena. Ojalá lo haya conseguido. En su realismo usted camufla la realidad para mostrarla con una ficción. La historia de “Recuerdas”, donde un viejito disfraza a su perro también de viejito para mendigar propinas, es una invención mía a la cual yo he llegado porque siempre me ha conmovido observar cómo gente que está desamparada, muy pobre, es capaz de ingeniarse ciertas formas para poder sobrevivir. Esa idea es la que ha sido el motor para inventar esta historia. El cuento policial siempre está asociado a la ciudad, usted ha hecho con “La madrugada triste” un policial pueblerino. Para ese policial yo me he inspirado en una historia real. Cuando yo estaba trabajando en La República, en el 84, y se fundó el otro periódico de la empresa, El Popular, este empezó con unas historias policiales. Allí me alcanzaron una revista policial para hacer una especie de guión sobre un parte policial de un crimen múltiple y a partir de allí, como modelo, mostrar otros relatos policiales. No me gustó porque, por criterio periodístico, se tenía que adelantar ciertos elementos y así no funciona un policial. Pero la historia me quedó por sus posibilidades de un policial. ¿Cómo es su cocina literaria para escribir? En primer lugar, el hecho motivador. Hay algún hecho que por muy incipiente que sea puede incitarlo a uno a darle vueltas, porque le está interesando. Entonces empieza a crear una historia poco a poco. Tiene que ser un hecho que impacte, si lo hace es porque uno está viendo inmensas posibilidades para que de ahí salga una historia. Sus cuentos tienen esa dimensión que tienen los cuentos de Rulfo, lo mágico de Gabo, esa cosa tierna de Vargas Vicuña. ¿Esas lecturas han nutrido su narrativa? Hay de todo. La lectura es eso que siempre tiene que acompañar al escritor, no se puede ignorar lo que se ha hecho porque forma parte de la tradición literaria. Un escritor tiene que conocerla. La lectura sirve para abrir determinados caminos, ya sean de lenguaje, de procedimientos, de técnicas literarias, etc. Pero aparte de eso hay algo personal: la experiencia de vida del escritor, el temperamento que le permite tener predilección por ciertas cosas y no por otras. ¿Hubo un libro por el que usted dijo “por aquí voy a seguir”? Hay varias cosas. En mi caso no es un solo libro, hay varios. Porque un libro no tiene todo lo que probablemente uno requeriría para echarse a andar como escritor. Para mí, el lenguaje es esencial en los personajes que a mí me interesan –sencillos, no ilustrados–, en ese sentido, el tratamiento del campesino que da Rulfo ha sido iluminador. Han muerto Miguel Gutiérrez y Oswaldo Reynoso. ¿Cree, como querían en Narración, que estuvieron a la altura de las circunstancias del país con sus obras? Yo creo que sí. Si bien reconozco que es una posición que muchas personas no necesariamente pueden estar de acuerdo, yo valoro mucho la posición de ambos. Creo que con lo que voy a decir ya digo bastante: los dos fueron escritores de izquierda. Usted ha publicado poco. Usted es de los escritores con mano segura... Hay algo de eso, mucho les doy vuelta a las cosas. Prefiero que estén durmiendo para volverlos a tocar y mejorar algunas cosas que el tiempo me permite darme cuenta de que había que mejorar. El tiempo es clave para mí, es un sabio consejero. Entonces no me preocupa el tener que trabajar de ese modo, no me muero por publicar a como dé lugar. La moda de los escritores jóvenes e incluso no jóvenes ahora es casi lo contrario... La escritura es una cosa muy seria. Uno quiere que lo que se escriba quede y pienso que meditar sobre lo que se escribe con el propósito de fortalecerlo, vale la pena aun cuando eso signifique andar un poco despacio. Usted dictaba el taller de narración en San Marcos. Sí, con otros amantes de la narrativa como Pepe Bravo, el finado Fernando Vidal, Jorge Valenzuela. El consejo era madurar. Siempre publica cuentos, pero ahora ha anunciado una novela, “Marleny”, reina de un prostíbulo. Sí, no estoy seguro cuándo voy a terminar, si es este año o me tome unos meses del siguiente. O quizás un par de meses porque está bastante avanzado.