Desde hace más de una década se habla del tren bioceánico como una posibilidad real para integrar Sudamérica, dinamizar economías regionales y consolidar al país como un nodo logístico entre Asia y América Latina.
La construcción del Megapuerto de Chancay, hoy en manos chinas, podría haber sido el ancla perfecta para una estrategia nacional de desarrollo logístico e industrial. Pero, en lugar de anticiparse, de liderar una visión de conectividad regional, el Estado peruano se ha mostrado indiferente, descoordinado y carente de rumbo.
Lamentablemente, la exclusión del Perú en la fase inicial del megaproyecto del tren bioceánico —que busca unir el Atlántico brasileño con el Pacífico mediante una conexión ferroviaria continental es una expresión más de un patrón repetido en nuestra historia: un Estado peruano que no planifica el desarrollo, lo reacciona y genera retraso en el progreso.
Y esta reciente inacción tiene consecuencias. Brasil avanza en conversaciones bilaterales con la República Popular China sin que el Perú esté sentado en la mesa.
Esta negligencia pone en riesgo una oportunidad histórica de integrarnos a una infraestructura que, bien gestionada, podría traer inversión, empleo, innovación y posicionamiento estratégico; y con eso, desarrollo.
Lo que queda en evidencia es la irresponsabilidad del gobierno de Dina Boluarte, el cual parece más cómodo como espectador del desarrollo ajeno que como arquitecto de su propio futuro de la nación.
Este tipo de falta de prioridad y estrategia ha hecho que promesas similares que se hicieron con la carretera interoceánica sean actualmente, muchas de esas rutas, dominadas por economías ilegales.
El tren bioceánico corre el riesgo de repetir esa historia si no cambia el enfoque. Y lo que debe cambiar no es solo el nivel de participación del Perú, sino la forma en que el Estado concibe y gestiona el desarrollo.
Mientras Brasil y China piensan en logística, industria y cadenas de valor, el gobierno sigue atrapado en una lógica de corto plazo, donde las decisiones sobre el futuro del Perú dependen del cálculo político y no del interés nacional.
Un Estado que no planifica, que no se anticipa, que no lidera grandes apuestas de infraestructura, es un Estado que administra el subdesarrollo. Y esa es, lamentablemente, la situación en la que nos encontramos.
Corresponde al gobierno y la presión parlamentaria corregir el rumbo, con un mínimo sentido de patriotismo. Convocar a expertos, conversar con los países vecinos es un menester. Porque la ausencia de desarrollo es el resultado de decisiones estatales—o de su ausencia—.