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Sociedad

Médicos de Arequipa y Cusco al límite: están agotados por el creciente número de contagios

Agotados. Las heridas de la batalla de la primera ola no han curado y la segunda ola ya los espera. Esta nota resume testimonios de varios galenos que atienden pacientes COVID-19. No solo luchan contra limitaciones logísticas sino contra su cuerpo. Están agotados sin vacaciones y estresados. Le piden a la población que se cuide. Eso cortará los contagios.

El día en que el número de muertos alcanzó a quince, el médico infectólogo Enrique Arana García y sus compañeros tomaron una decisión dramática.

Decidieron quién vivía. A ese paciente le daban una cama en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Era un día de agosto de 2020 en el área COVID-19 del Hospital Regional de Cusco.

“Era ver quién tenía mayor chance para sobrevivir”, recuerda este galeno de 44 años casi seis meses después de aquellos días fúnebres.

Lo encontramos en el hospital la mañana fría y lluviosa del 21 de enero del 2021.

Aquellos días de la pandemia fueron los más tristes. Confiesa haber llorado de impotencia. Era imposible ayudar a todos los pacientes que agonizaban por falta de oxígeno medicinal, de una cama en UCI o de un respirador artificial.

En julio y agosto de 2020, los médicos, abocados a tratar pacientes con COVID-19, debían decidir a quién priorizar para que ocupe una cama UCI. “Había una disponible y en espera unas cinco personas”, dice Arana.

Cierra los ojos como buscando detalles en su memoria de los peores momentos de la primera ola de la pandemia en la Ciudad Imperial. “Había gente que se moría en la cama, en la silla, en el carro o en los brazos de sus familiares. Había cadáveres que no eran recogidos durante horas, porque no había quién lo hiciera, pues debíamos atender a los pacientes críticos. Todas aquellas escenas que vivimos, esperemos que no volvamos a repetirlas”, implora.

Enrique Arana es un médico de 44 años. Esposo y padre de una niña.

Desde que asumió la tarea de dirigir el área COVID-19 del nosocomio regional vive con el miedo constante de contagiarse. Por ende de contaminar a su familia. Está expuesto al virus al menos 12 horas al día. Por eso utiliza los Equipos de Protección Personal (EPP) con cuidado.

Arana se levanta a las cinco de la mañana en su casa del distrito de Urcos, capital de la provincia de Quispicanchi. Toma sus alimentos, se despide de su familia y emprende el camino de casi una hora hasta el nosocomio. Su jornada diaria empieza a las siete de la mañana y generalmente no se sabe a qué hora terminará.

En el Área COVID-19 trabajan cerca de 250 profesionales, entre médicos y personal asistencial. Cada uno entrega su mayor esfuerzo para salvar vidas.

Enrique Arana debe volver al trabajo. Debe atender a pacientes. Las seis camas UCI están copadas y un paciente espera que alguna se desocupe. Hay más de 40 hospitalizados no críticos. “Cada día llegan entre 30 y 40 pacientes y el 90% llegan con criterios de hospitalización. Ahora la mayoría de pacientes graves son adultos menores de 50 años. Ayer murió uno de 39 años y no tenía comorbilidad. Esperemos que la situación no empeore”, refiere preocupado.

Antes de entrar al Área COVID-19, donde el virus mata, confiesa que “ya no pensaba vivir esto nuevamente o al menos yo decía que la epidemia ya fue, pero nos hemos equivocado. Estamos viviendo nuevamente lo mismo”, reflexiona.

Arana se despide con un gesto con la mano derecha, voltea, camina lento y se pierde en los pasillos del Hospital Regional. Afuera sigue la misma mañana fría y lluviosa.

El estrés de los médicos de Arequipa

“No somos héroes, somos seres humanos. Nos cansamos, nos agotamos y tenemos familia que cuidar”, señala la jefa del departamento de Emergencia del Hospital COVID-19 Honorio Delgado de Arequipa, Alida Huamán Castro. Ella forma parte de los médicos que reciben a diario a los pacientes.

Alida Huamán reconoce que varios de sus colegas están agotados, estresados y con secuelas físicas de haberse infectado con la COVID-19. Pese a ello continúan al frente.

Hay déficit de especialistas. Faltan uciólogos y emergencistas. Se echó mano de galenos de carreras afines.

La ley 23536 señala que la jornada de los especialistas en salud es de doce horas. En pandemia, muchos sobrepasan estos límites.

Por su experiencia, la jefa de Emergencia sabe lo que es atender pacientes críticos. Sin embargo, la COVID-19 trae algo nuevo: el riesgo para el propio profesional. Este año, diez galenos perdieron la vida a nivel nacional. Reconoce que hay miedo. Para evitar el contagio cumplen al milímetro las guías médicas y se apoyan en la fe.

Alida Huamán implora a la población cuidarse. Ya no hay especialistas a nivel nacional. Se podrían colocar más camas UCI, pero no hay personal. “Que la gente entienda que, si esto empeora, no habrá dónde atenderlos, tienen que apoyarnos”, dice.

Buen ejemplo

“Los más triste es que la gente con COVID-19 muere sola”, indica Mario Cornejo, jefe de Infectología del Hospital Nacional Carlos Alberto Seguín Escobedo (HNCASE) de EsSalud. Él trabaja desde inicios de la pandemia. Tiene 61 años. Aunque pudo plegarse a la licencia por edad, optó por continuar laborando. Desde un punto de vista profesional, era una oportunidad para lidiar con un reto tan difícil. Ver cotidianamente los estragos de la COVID-19 también lo afectó. Hubo estrés en la etapa crítica de la primera ola. En diciembre, le sobrevino un cuadro de depresión, manifestado en desgano. De forma paulatina se recuperó y estuvo repuesto para enero, cuando empezó el repunte de casos.

En su cuadro depresivo influyó la convivencia con la muerte. Apreciar pacientes que morían a la espera de una cama UCI. Entre ellos, amigos de la familia. “Como dicen, este virus no solo ha matado vidas, también ha destruido el alma”, refiere.

Por el inicio de la pandemia, Cornejo no tomó vacaciones. Debido a la falta de especialistas, sostiene que algunos médicos intensivistas rozan las 300 horas mensuales, cuando solo están obligados a cumplir 150.

La nueva generación

“Para un profesional que se ha formado para salvar vidas, es frustrante no tener cómo hacerlo por la falta de equipos o insumos”, reseña Mijail Villar, médico del área de Emergencia del Honorio Delgado. Recuerda que en la primera ola, algunos pacientes fallecieron por la falta de oxígeno.

Villar tiene 26 años. Es parte de los médicos jóvenes que enfrentan la pandemia. El jueves, el ingreso de pacientes fue alto. Aunque ya se habituó al equipo de protección, su uso prolongado por doce horas también desgasta. “Hay momentos de la guardia en que la cabeza duele, definitivamente cansa”, señala.

Durante el brote del año pasado, hubo cuadros de estrés y ansiedad. Con el inicio de la segunda ola, volvió la ansiedad y el temor a infectarse.

Villar demanda el ingreso de más profesionales, pero también depende del cuidado de la población. “Si sucede como en la primera ola, no nos van a agarrar con las mismas fuerzas de antes”. (mañana continúa).

El síndrome de desgaste profesional

Una tesis de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, señaló que en pandemia aumentó el síndrome de desgaste profesional o de Burnout dentro del personal de salud. En algunos casos se quintuplicó respecto a épocas normales. El estudio se realizó el 2020 en 70 médicos residentes de hospitales Lima. Uno de los factores del estrés, era la baja sensación de seguridad usando los EPP, lo que repercutió en un agotamiento emocional.El estudio sugirió implementar programas de protección de salud mental. En Arequipa, durante la primera ola, se habilitaron líneas de apoyo para el personal de salud, tanto en el Honorio Delgado como en HNCSE de EsSalud.

Licenciado en Periodismo por la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Labora en el Grupo de La República desde el 2018. Videorreportero de la Unidad de Respuesta Periodística Inmediata de La República (URPI-LR).