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Sociedad

El silencioso fin de año de quienes aún esperan por justicia

Mientras la violencia policial continúa dejando víctimas mortales en el país, los jóvenes del 14N todavía sufren los estragos de lo que ocurrió aquella fatídica noche. Erick, Laura y Giancarlo no pudieron celebrar las fiestas a causa del dolor.

Víctimas de la represión policial del 14N aún sufren los estragos de la violencia. (Foto: composición LR)
Víctimas de la represión policial del 14N aún sufren los estragos de la violencia. (Foto: composición LR)

El 24 de diciembre a las 11:30 de la noche, Elena Flores llevaba unas pastillas en la mano y caminaba a paso ligero. Su hijo la esperaba en el segundo piso de su casa ubicada en Comas, donde viven desde hace quince años. En ese momento, ambos sabían que dentro de unos minutos iban a recibir la Navidad sin abrazos ni música festiva. Por la ventana se filtraba el rumor de cohetes y villancicos. Mientas el barrio celebraba las fiestas tras un año fatídico, Elena y Erick, madre e hijo, mantenían la esperanza de que pronto pase el dolor y se haga camino a la justicia.

“Mi hijo sufre unos dolores horribles desde hace más de un mes. Las pastillas lo calman pero unas horas después el dolor regresa y hay que medicarlo. A él le cayó un perdigón en la pierna izquierda en la protesta del 14 [de noviembre]. Lo han operado pero sigue mal. Esta ha sido una Navidad triste para nosotros”, comenta Elena, preocupada por la recuperación aún inconclusa de su hijo.

Erick tiene 26 años y forma parte de una generación que la represión policial dejó repleta de cicatrices. El pasado 14 de noviembre, asistió a la marcha contra el gobierno de facto de Manuel Merino acompañado de tres amigos. Recuerda que tenía la visión cegada por el gas lacrimógeno y que su grupo estaba rodeado por efectivos de la PNP. Un estallido repentino lo dejó en el piso.

“Quiero pensar que todo esto va a pasar en el futuro. Llevo un mes renegando porque cuando intento caminar siento un dolor muy fuerte. Me han dicho que la rehabilitación me va a ayudar, pero no sé. Yo no vi quién me disparó ese día, solo recuerdo gritos y a unos chicos que me ayudaron. ¿Quién va a responder por el disparo que recibí en la pierna? No merecemos haber pasado la Navidad así”, lamenta el joven.

Luego de tomar sus pastillas, Erick se preparó para pasar la nochebuena junto a su familia. A diferencia de celebraciones anteriores, la Navidad de este último año se tradujo en una frustración demoledora que lo acompañó durante toda la jornada. Acostumbraba bailar salsa con su madre hasta bien entrada la madrugada, mientras sus dos hermanos menores aplaudían y se unían a la algarabía. Así lo había hecho desde que tenía recuerdo, pero esta vez nada de eso pasó: las punzadas en la pierna eran implacables.

Cuando recuerda todo eso, a Erick se le endurece la voz por la rabia. “Fue una Navidad para el olvido, pero más que triste, estoy indignado. No solo me han cambiado la vida a mí. Les han cambiado la vida a mi mamá y a mis hermanos. Llevo un mes sin trabajar, sin salir, sin hacer casi nada. A veces, me voy a dormir esperando que al día siguiente mi pierna ya no duela, aunque sé que no va a pasar”, revela con síntomas de una esperanza que intenta darle la espalda a este presente aun complicado.

En 2018, Erick consiguió un trabajo en un restaurante de comida oriental. Para llegar, solía viajar quince minutos en bus y cruzar la avenida Túpac Amaru. Admite que desde pequeño le gustó la cocina, sobre todo estar cerca de su madre cuando manipulaba ollas y cuando un aroma exquisito invadía la casa. Quizá por ello se adaptó rápido a sus labores como cocinero, donde llevaba casi dos años cuando apareció la pandemia. En marzo de 2020, tuvo miedo de perder su trabajo, como buena parte de los peruanos durante las primeras semanas de cuarentena, pero unos meses después todo se fue estabilizando para él. Primero los pedidos de delivery y después la reapertura del restaurante. Todo iba bien hasta que un proyectil lo desplomó.

¿Quién le disparó a Erick? Él continúa sin saberlo. Su familia se ha abocado a procurar su recuperación dado que no reciben una sola llamada de las autoridades. Hace poco se enteraron de que se conformó una asociación de víctimas de la represión policial por los abusos cometidos aquel 14 de noviembre. Pese a que todavía no forman parte de ella, creen que allí pueden encontrar ayuda. Les reconforta saber que no están solos y piensan incluso que en la próxima Navidad podrá festejar bailando varias piezas de salsa.

“Yo estuve esa noche ahí. Sé que los chicos que terminamos heridos somos bastantes y muchos no han hablado. Hay un montón de casos que no se han visto. No vamos a olvidar lo que nos hicieron”, manifiesta Erick.

Rezagos del dolor

Fractura de tibia producto de una caída de gran intensidad. Así resume Laura el cuadro clínico que le comunicaron a mediados de noviembre, luego de asistir a la marcha del 14N y sufrir un accidente que pudo evitarse. “Cuando la Policía empezó a gasear, con mi grupo corrimos por Abancay y ahí fue donde me caí. Sentí un dolor terrible y mis amigas me levantaron como pudieron. Hasta ese momento, no sabía que me había fracturado”, recuerda Laura, quien es estudiante universitaria.

Pese a que su fractura ya se solidificó por completo, aún debe mantenerse en descanso por un mes más. Los médicos le han prohibido esfuerzos y movimientos exigentes.

“¿Cómo fue mi Año Nuevo? Diferente a todos los anteriores. O sea, por la pandemia y también por la caída que sufrí ese día. Ya puedo caminar, pero todavía no he terminado de recuperarme. Hay días en que siento unos tirones en la tibia y me da miedo. Yo quería celebrar que se termine el 2020, pero ya fue. Tengo que estar descansando, supongo”, concluye la joven de 21 años.

Laura relata que ese sábado, cuando empezó la represión policial, ella y sus amigas empezaron a buscar la forma de irse. Dieron vueltas por el Centro de Lima, pero no lo lograron. Entonces se toparon con el gas y todo se convirtió en caos. “Lo que me hace sentir mal es que no había necesidad de lanzar gas. Literalmente estábamos solo caminando y gritando con un grupo de chicos. Hasta ahora no entiendo por qué nos gasearon”, comenta.

Superar la fractura de tibia le tomó a Laura cuatro semanas. En todo ese tiempo y hasta ahora, su familia se ha hecho cargo de los gastos por la atención médica que ha recibido. No tienen idea de quién lanzó esa bomba lacrimógena que la cegó y produjo su caída. Tampoco saben si alguien va a responder por ello. “Tengo la suerte de que mis papás pudieron pagarme la recuperación y de que solo fue una fractura. Otros la pasaron mucho peor que yo, y no sé cómo habría sido para ellos la Navidad o el Año Nuevo. Yo tuve suerte. Ahora solo estoy algo ansiosa por volver a hacer todo como antes”, confiesa.

Víspera silenciosa

En la Navidad de 2020 no hubo música ni luces en casa de Giancarlo Huamán. No fue una celebración distinta, sino más bien una espera silenciosa. “Desde hace semanas, Giancarlo no ha dejado de presentar ataques de ansiedad y una tensión que no le habíamos visto antes. Un amigo médico de la familia nos dice que puede ser estrés postraumático, pero que eso se diagnostica con tiempo. A nosotros nos da miedo que él se ponga peor con el pasar de los meses. Le recetaron unas pastillas pero sigue mal”, comenta su hermano Mateo.

Giancarlo, de 19 años, también estuvo en la marcha del 14N. No fue perforado por un perdigón ni sufrió una caída aparatosa, pero lo que vivió le dejó estragos que, según indica su hermano mayor, hasta ahora lo tienen intranquilo. “Gian me contó que ese día vio cómo se desangraba un chico cerca de donde estaba él. Eso debe haberle impactado mucho. Recuerdo que me lo contó temblando, y hasta ahora a veces se pone ansioso cuando se acuerda de todo eso”, narra Mateo.

En el departamento de los Huamán, ubicado en Magdalena, las fiestas de fin de año fueron opacadas por la incertidumbre. Su hermano afirma que hay días en que Giancarlo se pasa más de doce horas encerrado en su cuarto, sin hablar con nadie ni emitir sonido alguno. “Sabemos que está despierto, pero no dice nada. Cuando lo vamos a buscar solo pide que no lo molesten”, añade.

¿Cómo se manifiesta el dolor? La violencia no solo deja víctimas con lesiones físicas. Su saldo puede ser también una profunda herida psicológica. Es un golpe invisible que puede dejar estragos en muchas personas y que hasta puede extenderse en todo un país. La familia de Giancarlo cree que el menor de sus integrantes está sufriendo las consecuencias de haber visto de cerca lo peor de la represión.

“No sabemos qué va a pasar con él, intentamos ayudarlo pero parece que no quisiera que lo ayuden. Gian no debió ver todo eso mientras marchaba pacíficamente con sus amigos, es totalmente injusto. Recién lleva un año en la universidad, es un chico joven y parece que hubiera perdido la energía que tenía hasta hace un tiempo. Vamos a cuidarlo todo lo que podamos”, asegura Mateo.

Estudió periodismo en la PUCP y lleva casi una década dedicado a la escritura.