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Sociedad

Francia rumbo a la segunda ola de la pandemia

Contra viento y marea. Un reportaje que ayuda a mirarnos al espejo. El país europeo controló los contagios en junio pasado. Abrieron bares, restaurantes y colegios; la gente no se privó de la playa. Eso nuevamente ha disparado los casos de COVID-19.

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Efrain Rodríguez Valdivia

Especial para La República desde París.

Como si se tratara de un barco carguero en altamar, Francia se acerca a la segunda ola epidémica de la COVID-19. La velocidad de contagio se refleja en los 20.339 casos registrados sólo ayer y las 4.837 hospitalizaciones, con 921 graves, en esta semana, según la agencia estatal de salubridad Santé Publique France.

¿Cómo se llegó a este nivel? La respuesta está en el relajo de las vacaciones y en el reinicio de las actividades económicas.

Atrás quedaron los fabulosos días de verano, entre junio y agosto, cuando todo parecía controlado y el uso de la mascarilla no era, ni por asomo, una exigencia sanitaria. La mayoría de los franceses, después de 97 días de cuarentena, se echaron en masa a las playas del mediterráneo sur y a la costa atlántica. En adelante, todo fue disfrutar de la arena salitrosa, de la navegación a vela y de la belleza frutal de la costa francesa. El macabro drama de los más de 30.000 muertos por COVID-19 de la primera ola era apenas un recuerdo. Y hubo un notorio relajo de las medidas de protección desde finales de junio hasta agosto. Ahora todos esos episodios veraniegos han originado los vientos de la creciente segunda ola.

El año avanzó, llegó septiembre y terminaron las vacaciones. El virus iba corriendo por su propia cuenta. Al mismo tiempo, el gobierno hizo un control de daños de la economía y confirmó una contracción de menos 13,8% del PBI. Un récord desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Además, el gobierno proyectó una pérdida de 900.000 empleos durante el 2020 y adelantó que 9 millones de trabajadores accederán a subvenciones estatales directas para completar sus salarios. Frente al magro panorama, el presidente Emmanuel Macron, insistió en la idea de retomar la actividad económica. Pero, necesitaba darle un aire de normalidad al país. Y la única manera de generar ese ambiente era abriendo las escuelas. El año académico se inició en Europa en septiembre. Y el gobierno persistió entonces en la idea de que los niños deberían estar en la escuela a tiempo completo porque los padres necesitaban ir al trabajo. Las consignas de protección sanitaria se fijaron en el uso obligatorio de la mascarilla, del gel de alcohol y la distancia social. Algunas voces pedían una prórroga en el reinicio de clases o buscar horarios diferenciados. Pero, el gobierno no transó y abrió los colegios.

El presidente Emmanuel Macron no dio ningún mensaje a la nación sobre la epidemia por esas fechas. Evitando el desgaste político y mostrando, una vez más, su tenacidad a la hora de administrar el poder, Macron, entre bambalinas, reactivó la economía. El debate en la calle era cada vez más denso. El mandatario estaba presionado también por los científicos que le pedían mesura. Quién sabe lo que habrá vivido Macron durante esas primeras semanas infernales de septiembre: decidir entre la economía o la salud. En la prensa se filtró una frase de él dicha a su entorno. “Hay que aprender a vivir con el virus”.

El virus va en metro

Mientras Macron perfilaba estrategias sanitarias para equilibrar la economía y la salud, el virus se paseaba en taxis, buses, metros y trenes. Se subía a aviones, barcos y velas. Y se instalaba en oficinas, colegios y universidades.

Y en la constante dinámica socioeconómica de restaurantes, comercios e industrias, se llegó a este momento. Una pandemia que empieza a inundar las principales metrópolis francesas. Además de Paris, Lille, Grenoble, Toulouse y Marsella. El gobierno creó las etiquetas “Alerta” y “Alerta Máxima” como una suerte de simbología del peligro para tomar decisiones. La población pensaba que “Alerta Máxima” corresponde a la aplicación de medidas fuertes como posibles confinamientos barriales o de ciudades. Sin embargo, sólo significaba el cierre total de bares y gimnasios, y el cierre de restaurantes, a partir de las 10 de la noche. También implicaba el dictado de clases en las universidades con grupos reducidos. El resto funcionaba normal. De modo que las etiquetas de las ‘alertas’ fueron vistas como meros anuncios burocráticos.

Bajo esa lógica, desde la semana pasada, París, Lille, Marsella y Grenoble entraron en “Alerta Máxima” con un servicio de hospitalizaciones al tope. Según la Agencia Regional de Salud de Ile-de-France (la región de la capital), el 30% de las camas de UCI ya está ocupada. El Instituto Pasteur previó que si Francia continúa con el ritmo de contagios de estas fechas, para el 1 de noviembre se podría desbordar la demanda de una cama de cuidados intermedios e intensivos en París y Marsella. Y las cosas comienzan a salirse de control porque se han detectado más de 1,300 focos infecciosos en colegios, universidades y barrios. Lo peor de todo es que también se han hallado puntos de contagio en 267 asilos para ancianos

Pero el discurso es el mismo desde el Palacio del Elíseo: aprender a vivir con el virus. Además, a estas alturas, la epidemia se mezcla con los intereses electorales. El calendario político francés exige convocar a elecciones presidenciales en abril de 2022. Y el presidente Macron quiere lanzar su campaña de reelección desde el próximo año. Dejar una economía saneada y una buena gestión de la pandemia significaría su reelección. ¿Desafío o quimera? Nadie sabe si lo logrará. Lo único cierto es que Francia navega a toda máquina y a su suerte en esta segunda ola que tiene apariencia de tifón.

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