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Sociedad

Juliette, la trabajadora humanitaria de la ONU que atiende a miles de personas vulnerables en el Perú

Nació en Burundi y ha dedicado más de 20 años de su vida a apoyar a los refugiados. “Nací siendo refugiada, pero elegí trabajar para ellos”, afirma.

Foto: Cortesía.
Foto: Cortesía.

En medio de la pandemia salen a relucir historias de personas solidarias. Ese es el caso de Juliette, una trabajadora humanitaria de la Agencia de la ONU, que ha dedicado gran parte de su vida para ayudar a los refugiados.

Ella nació en Burundi en 1973 y sus padres fueron refugiados, obligados a huir de persecuciones y violencia racial en Ruanda. Con tan solo 21 años, ella decidió colaborar con aquella población vulnerable. Se escapó de su vivienda sin decirle a su familia para ser voluntaria en un hospital de Nyamata, en el sur de Ruanda, durante la época del genocidio en 1994.

“Nací siendo refugiada, pero elegí trabajar para ellos. (...) Fue terrible, para caminar a veces tenía que pasar por encima de los cadáveres. Me quedé impactada con la cantidad de personas heridas y traumatizadas”, narra la coordinadora de la ONU.

Luego de ayudar a aquellos que lo necesitaban, Juliette emprendió un camino que la llevó a obtener una Maestría en Relaciones Internacionales, así como ser acogida por una nueva familia.

Según explica, “no todos pueden ser trabajadores humanitarios”, pues considera que es una labor muy sacrificada fuera de los lujos.

“Tenemos que dejar la comodidad del hogar y nuestras familias para irnos a vivir en carpas o a lugares donde no tenemos nada. Si no eres comprometido con la labor, no lo lograrás”, dice, y recuerda lo difícil que fue dejar a su hijo de cuatro meses en Barcelona, cuando la llamaron para apoyar en Yemen.

“No fue fácil, pero sabía que, si no volvía al trabajo y hacía lo que más amo, sería miserable, mi bebé sería miserable y mi esposo sería miserable. Tengo suerte de que mi esposo siempre me ha apoyado”, señaló.

Juliette ha trabajado en Ruanda, Sahara Occidental, Yemen, Ginebra y Etiopía, donde apoyó en la respuesta al ingreso dramático de refugiados somalíes.

Para ella, uno de los desafíos más difíciles de ser trabajadora humanitaria es no poder dar la ayuda que algunos necesitan. Recuerda haber conocido a una madre en Dollo Ado, Etiopía, que había huido de Somalia con cinco hijos, tres de los cuales murieron en el camino, y que había tenido que seguir para sobrevivir sin siquiera poder detenerse a enterrarlos.

Actualmente, llegó como parte de un equipo de despliegue de emergencia para instalar la oficina de ACNUR en Perú. Su amplia experiencia en emergencias resultó crucial para brindar asistencia humanitaria a las miles de personas vulnerables en nuestro país como Coordinadora Senior de Terreno en Perú.

Ella trabaja en turnos de diez horas los siete días de la semana. A veces, confiesa, se siente culpable, porque no ve a su familia, especialmente a sus hijos de seis y 12 años.

Según narra, ella empezó comprando agua en los supermercados durante las primeras etapas de la emergencia y ahora lidera un equipo de casi 40 personas, incluyendo oficinas en Arequipa, Cusco, Lima, Tacna y Tumbes.

Desde el inicio de la pandemia no ha dejado de trabajar y, a pesar de las estrictas medidas de cuarentena, el equipo siguió entregando alimentos casa por casa o habilitando albergues y espacios de asistencia sanitaria temporal

“La pandemia agregó un nuevo desafío a nuestro trabajo, principalmente el acceso limitado a las personas. Siempre estamos trabajando directamente con ellas, las visitamos, nos sentamos, hablamos, lloramos y reímos. Hemos establecido líneas de contacto, pero extrañamos ver a la mayoría de las personas refugiadas y migrantes”, contó Juliette.

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