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Ser LGTBI en Perú: los prejuicios a los que se enfrentan los miembros de esta comunidad

Cuatro testimonios detallan los prejuicios que día a día viven los integrantes de la comunidad LGTBI en su lucha por el reconocimiento de sus derechos.

Por Katherine Morales y Andi Chero

Cesar Grados fue rechazado por los miembros de su comunidad religiosa, cuando decidió decir abiertamente que era gay. Orlando Sosa, afrodescendiente y homosexual, tuvo que soportar una terapia para intentar cambiar su conducta. Cuando Iván Coello salió del closet, su familia se dividió por el miedo a las críticas y los señalamientos. Charo Ríos, mujer trans natural de Ucayali, tuvo que convivir con un padre que no la aceptaba y se vio obligada a no culminar sus estudios, pues su colegio no le permitía vivir libremente su identidad.

A pesar de que más de 1,7 millones de personas pertenecen a la comunidad LGTBI en el Perú, estas siguen siendo víctima de prejuicios y discriminación, según una encuesta hecha por IPSOS a pedido del Ministerio de Justicia. Este 8 % de la población ha sido vinculado a conceptos negativos a lo largo de la historia.

Para Jose Mireles, psicólogo social comunitario del Centro de Salud CEPESEX, los prejuicios se originan dentro de los sistemas socioculturales y reproducen relaciones de poder, donde los individuos con menos privilegios son reprimidos: “Aquellas personas que no entran en la norma van a ser consideradas minorías por el simple hecho de pertenecer a un grupo reducido con características en común y por más que tengan sus derechos no los van a gozar plenamente y es allí cuando se dan estos prejuicios”, afirma.

En las siguientes historias conoce los prejuicios con los que tienen que convivir la comunidad LGTBI, cuestionamientos que afectan su calidad de vida, salud mental y muchas veces no los dejan cumplir sus sueños.

“Dios es para todos, sin exclusión ni marginaciones”

César grados se declaró abiertamente gay hace siete años, creció en el seno de una familia católica, religión que ha predicado toda su vida. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos se le cerraron muchas oportunidades, pues algunos miembros de su comunidad religiosa le dieron espalda y se alejaron de él.

Los recelos hacia las personas LGTBI suelen sustentarse en la fe, lo que ha desencadenado un conflicto con la religión, ya que a muchos adeptos gays no los consideran “compatibles” dentro de lo que decreta la palabra de Dios. “En la Biblia en ningún momento se nos indica cómo ser o cómo no ser. Ha sido la tradición religiosa la que nos ha puesto parámetros sobre cómo debemos comportarnos. Dios nunca dio un parámetro, para nosotros es ser libre, es creer en nuestra fe”, cuenta César Grados, miembro de la Comunidad Ecuménica Inclusiva El Camino.

César Grados citando un versículo de la Biblia en la que destaca la igualdad de las personas ante Dios. (Foto: César Grados)

César Grados citando un versículo de la Biblia en la que destaca la igualdad de las personas ante Dios. (Foto: César Grados)

Fue en este lugar donde César reafirmó su orientación sexual y se dio cuenta que no es irreconciliable ser creyente y gay a la vez. El Camino está formado por fieles de distintas vertientes religiosas: católicos, evangélicos, mormones y cristianos. Todos ellos unidos por un mismo fin: el reconocimiento de los derechos civiles de los homosexuales en el país.

En el Perú, las personas LGTBI no estaban dentro de la agenda de las Iglesias hasta que evidenciaron su forma de vida públicamente. Mireles, precisa que el enfoque religioso se resume en la dicotomía santidad-pecado que cuenta con un fuerte respaldo del sistema sociocultural: “Si no encajas y no le estás haciendo daño a nadie, igual te harán cuestionamientos que terminan mellando tu autoestima”.

Si bien la homosexualidad no es aceptada por la mayoría de credos, algunos de sus miembros han revelado su orientación para visibilizar sus realidades. “Lo que nosotros queremos es mostrarnos hacia Dios, a todos y todas sin ningún tipo de discriminación”, manifiesta César que hoy se desempeña en la defensa de las personas que viven con VIH.

César en la Marcha del Orgullo del 2019. (Foto: César Grados)

César en la Marcha del Orgullo del 2019. (Foto: César Grados)

A pesar de los esfuerzos, Grados no ha evitado que él y sus compañeros de fe sean vapuleados en espacios de oración y todo ámbito ligado a la creencia. “Dios es para todos sin exclusión ni marginaciones, no hace excepción de personas, él es amor, es esperanza, es unión. Son las personas las que buscan la desunión y terminan por alejar al resto de individuos del Señor”, finaliza César con esta reflexión que busca dejar en claro que “una persona es íntegra al margen de su fe y en quien crea o no”.

“Ser afrodescendiente y gay rompe con todos los paradigmas”

El Jirón de la Unión es un lugar que trae muchos recuerdos a Orlando Sosa. En este popular callejón limeño vio a una pareja gay de la mano, siendo víctima de comentarios homofóbicos. “Si ser como ellos me va exponer a eso, entonces no quiero ser eso”, se dijo a sí mismo con mucha culpa.

Durante su etapa escolar, no podía decir con libertad que se sentía atraído por los hombres, además su color de piel lo convirtió en punto de burlas racistas: “No existe un clóset para tu etnicidad ni para tu cuerpo y mi orientación sexual tampoco era algo que pudiera esconder tanto”, revela. La virilidad que se le exigía a Orlando como afrodescendiente estaba por encima del promedio y él nunca respondió a esos estereotipos: “No era bueno para el fútbol y mi voz nunca fue gruesa”.

Orlando Sosa. Foto: Naciones Unidas

Orlando Sosa. Foto: Naciones Unidas

Muy pronto su autenticidad despertó los prejuicios en su colegio. Un día el psicólogo llamó a su mamá y le dijo: “Orlando tiene todo lo necesario para triunfar, pero si sigue con esas conductas, no va a llegar a ser absolutamente nada”. Sus comportamientos calificados como “no masculinos”, lo hicieron víctima de una terapia para intentar cambiarlo: “Te estas parando de forma equivocada, tienes que alzar la voz”, eran las instrucciones que tenía que escuchar del psicólogo.

Existe el estereotipo de que el hombre siempre tiene que ser fuerte, no mostrarse débil y cualquier intento de salirse de este molde es impedido por la sociedad. Así lo explica la psicoterapeuta y gestora cultural para mujeres y personas LGTBIQ, Berenice Colchado: “Estamos acostumbrades a ver todo desde lo binario y si no ingresas a los dos cajones de hombre o mujer, sales de lo ‘normal’ y van a querer volver a meterte, eso es violento. Un psicólogo no puede, en base a tus prejuicios, discriminar a los alumnos, pues esto de manera gradual puede provocar ansiedad o depresión”.

En una sociedad donde la heterosexualidad es la norma, se espera que la comunidad LGTBI permanezca oculta o disfrazada de una identidad ajena a la suya. Por eso, Orlando Sosa no puede ser libre de expresar amor hacia su pareja sin ser juzgado: “Estoy en un parque muy cerca de mi pareja, ni siquiera besándonos, pero el de seguridad ya viene a sacarnos”.

Orlando Sosa.

Orlando Sosa.

Usualmente estos actos de homofobia suelen ser camuflados y con ese objetivo se utiliza el argumento de los niños. “Te dicen ‘vas a confundir a los niños’, cuando ellos están en sus cosas, en su mundo. No están con la mente llena de prejuicios, eso es algo que se va construyendo, los padres dan esa información a los hijos. Las expresiones de afecto no tendría que ser negada en los espacios públicos”, explica la especialista.

Ahora Orlando es un activista independiente y tiene como principal objetivo compartir su conocimiento: “Ser afrodescendiente y gay rompe con todos los paradigmas. Por eso, quiero reivindicar a los cuerpos negros, cuerpos no heteronormados, cuerpos maricas, porque el movimiento nació de estos cuerpos percibidos como abyectos”.

Obligada a negar su identidad

A los 14 años Charo Ríos salía de su casa a escondidas, caminaba por el monte para llegar a la vivienda de su amiga. Una vez dentro, sacaba su peluca, se ponía un poco de maquillaje y entonces podía sentirse libre y auténtica: “Me iba a la discoteca, a ser yo misma, volvía a las 5 de la madrugada donde mi amiga para vestirme de nuevo como hombre y regresar a mi casa”, comenta.

Charo creció en Ucayali, bajo un clima cálido, pero en un hogar frío, donde su padre no la aceptaba y su madre tenía que salir en su defensa: “Yo me pintaba mis ojos, pero mi papá me reñía, botaba mis lapicitos y me decía: ‘tú eres hombre, vas a a ser hombre’, mi mamá salía a mi favor y discutían los dos'”.

Existe el prejuicio de que las personas trans experimentan una etapa pasajera, de que se las puede corregir con dureza y agresividad. ”Se piensa que como no le pusiste mano dura a tu hijo se comporta como mujercita, entonces tienes que tratarlo con rigor y convertirlo en varón heterosexual por la fuerza”, explica Belén Zapata, coordinadora de la casa Trans “Zuleymi” y parte del comité directivo de la Organización por los derechos humanos de las personas trans.

Charo se vio obligada a dejar sus estudios ante los prejuicios de su centro educativo.

Charo se vio obligada a dejar sus estudios ante los prejuicios de su centro educativo.

Las dificultades económicas y los problemas familiares no permitieron que Charo terminara sus estudios, se quedó en segundo de secundaria. A los 23 años intentó matricularse en la nocturna, pero la institución educativa le puso una condición: “Tenía que ir con el pelo corto, con pantalón, como hombre”, revela. Ella tenía el sueño de ser una profesional así que acepto, pero no pudo aguantar por mucho tiempo: “Pasaron dos semanas y no me gusto, porque soy una mujer”.

La comunidad trans tienen que enfrentarse a una sociedad que niega su identidad, no aceptan su personalidad y acaban discriminándolas: “Si no te piden que te cortes el pelo, te generan incomodidad con el uso del nombre o los servicios higiénicos; por eso, casi ninguna persona trans tiene una carrera”, explica Belén Zapata.

Charo no pudo terminar el colegio, pero eso no fue impedimento para seguir estudiando: “Pertenezco al Movimiento Cultural Igualdad y Futuro Mocifu- Ucayali, voy a charlas, capacitaciones, ahora puedo defenderme, porque sé cuáles son mis derechos”. Además, confiesa ser una apasionada de la danza: “bailo con orquestas, me gusta la salsa, cumbia, de todo. Me encanta todo lo que tiene que ver con el arte”.

“El ser gay no me hace ni mejor ni peor que otro”

A los 17 años, Iván Coello dio a conocer su homosexualidad. La noticia dividió al núcleo familiar de clase media-alta debido a que estaba presente al temor al qué dirán. Desde su experiencia personal, este joven director creativo de 27 años confiesa que ser miembro de la comunidad LGTBIQ le trajo dificultades en su entorno socioeconómico, porque de ahí provenían los prejuicios y las miradas que buscaban minimizarlo.

“Mi labor fue darles a entender que mi sexualidad no era una etiqueta que va a decidir mi futuro. El que yo sea gay y sea parte de una familia diferente a otra, no me hace ni mejor ni peor que otro, me hace tener las mismas posibilidades”, explica Iván.

Las personas homosexuales tienen que luchar con la idea de que no son iguales a los demás, pues son vistos como extraños o inferiores. Sin embargo, “si un individuo recibe información veraz, científica, precisa y puntual, podrá entender que las orientaciones sexuales y la identidad de género no representan ningún peligro para la sociedad, no vulneran los derechos de la persona”, detalla el especialista Mireles.

Iván y su pareja con quien mantiene una relación sentimental hace un año. (Foto: Instagram Iván Carranza)

Iván y su pareja con quien mantiene una relación sentimental hace un año. (Foto: Instagram Iván Carranza)

Iván Coello manifiesta que decidió romper con el tabú y dejó atrás las etiquetas que en algún momento le impuso la sociedad, impulsado por su orgullo, las ganas y la valentía de hacer las cosas: “El peso que llevas encima no es el peso de ser homosexual, es el peso que te pone la sociedad, porque bajo sus cánones te ves mal, pero cuando decides ponerle fin a ese peso, sueltas esa coraza y es allí donde verdaderamente te sientes bien y puedes llegar a ser tú mismo”.

A pesar de las críticas que existen en contra de las familias homoparentales, Iván ha logrado construir un hogar al lado de su pareja y su pequeño de cinco años a quien busca inculcarle el valor de la empatía y alejarlo de las suspicacias: “El niño ya sabe que le gustan las niñas y en paralelo sabe que su papá ama a otro hombre. Él no está creciendo con los prejuicios de la sociedad. Yo creo que si él crece en un espacio donde nadie me discrimina por ser como soy, yo voy a estar tranquilo”.

En ese mismo sentido, el psicólogo consultado por La República manifiesta que “el mensaje que hay que reforzar en los niños, niñas y adolescentes es que las personas somos personas y bajo el criterio de funcionalidad al ser LGTBI no se hacen daño entre ellos mismos ni a otras personas”.

En 1990 la Organización Mundial de la Salud (OMS), eliminó la homosexualidad de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) dejando de ser considerada una patología, atributo que se le dio en 1948. No obstante, en 1973 la Asociación Americana de Psiquiatría ya la había retirado de su manual de diagnóstico como enfermedad.

En el Perú se han gestionado políticas públicas de parte del Ministerio de la Mujer, Ministerio de Justicia y Defensoría el Pueblo. Asimismo, las ordenanzas municipales han visibilizado el tema de discriminación por orientación sexual ya sea física o psicológica, esta última se ha manifestado en un 68,4 % de acuerdo a un estudio de la ONG Más Igualdad.

José Mireles es psicólogo egresado de la UNMSM y es especialista en temas de género. (Foto: José Mireles)

José Mireles es psicólogo egresado de la UNMSM y es especialista en temas de género. (Foto: José Mireles)

La sociedad civil también ha levantado su voz en aras de una igualdad: “nos toca seguir insistiendo seguir en la lucha. Si nosotros no alzamos nuestra voz, no seguimos peleando, no vamos a obtener ningún resultado”, sentencia Mireles.

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