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Sociedad

Desfamiliarización

“¿Cuántas tragedias necesitamos para comprender que nuestros destinos están vinculados, pese a que el clasismo o machismo pretendan negarlo?”.

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Tres médicos ocupan lugares prominentes en nuestro país, durante esta crisis: Víctor Zamora, ministro de salud, Pilar Mazzetti, titular del comando de operaciones COVID-19 y Elmer Huerta, comunicador. Los tres anuncian que nos dirigimos hacia el corazón de las tinieblas. El doctor Huerta se anima incluso a pronosticar el 21 de abril como el día que alcanzaremos el pico de casos. En lo que coinciden es en la clamorosa falta de insumos indispensables para enfrentar esta gravísima situación.

De ahí que la cuarentena se haya vuelto literal y con grandes probabilidades de que se extienda. Lo cual traerá consecuencias dramáticas para la economía nacional, en particular para los más vulnerables. Es por eso que es indispensable subrayar que de ninguna manera deberíamos volver a la normalidad. Porque “normalidad” significa en nuestra sociedad que la salud, física y mental, es un bien reservado para quienes tienen los medios para solventarlo. Y si los más pudientes estiman que no hay los medios adecuados para tratarse en el Perú, viajan al extranjero -en general a los EEUU- para tratarse en los mejores establecimientos.

Pero lo que nadie previó es la aparición de un virus que cerraba no solo las vías respiratorias, sino también las fronteras. Una de las cosas rescatables de este encierro -en el territorio y en las casas- es que nos obliga a mirar las consecuencias de nuestras decisiones. Descuidar los servicios de salud pública resultó ser nefasto para todos. Peor para los de menores recursos, sin duda, pero peligroso para toda la comunidad.

Los psicoanalistas hablamos de desfamiliarización para referirnos a una mirada que nos permite auscultar nuestros puntos ciegos. Aquello que, inconscientemente, nos negamos a ver, a saber. Ahora todos sabemos que tenemos 500 camas UCI para treinta millones de personas. Que el personal de salud no tiene los equipos de protección indispensables para no contagiarse y seguir trabajando. Que todo esto es producto de una indiferencia criminal ante la suerte de los que menos tienen. Ya ocurrió durante las masacres del conflicto armado interno: los sectores urbanos y modernos cerramos los ojos. Y cuando esa violencia terminó, ¿cambiamos?

¿Cuántas tragedias necesitamos para comprender que nuestros destinos están vinculados, pese a que el clasismo, el racismo o el machismo pretendan negarlo?

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