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Sociedad

Vivir para contarla: el testimonio de una sobreviviente del COVID-19

Hablan los enfermos. En medio de la creciente ola mundial por coronavirus, Conchita Penilla Di Méo, colombiana residente en París, cuenta cómo sobrevivió a los síntomas de la enfermedad que ha matado a miles de personas y ha encerrado a medio mundo en sus casas.

CONCHITA. Se contagió con Covid-19 en un restaurante de Paris. Estuvo varias semanas en la cuarentena y se recuperó.
CONCHITA. Se contagió con Covid-19 en un restaurante de Paris. Estuvo varias semanas en la cuarentena y se recuperó.

Efraín Rodríguez Valdivia

Especial para La República desde Europa.

Todo comenzó con el deseo de ver a Madonna en vivo y en directo. La sexagenaria estrella del pop se presentaba el sábado 7 de marzo en París y Conchita Penilla Di Méo, su marido y dos amigos en común quisieron ir a su concierto. Eran días sombríos para una Europa cada vez más castigada por el avance del coronavirus y el gobierno francés adoptaba apenas algunas medidas serias para contener los contagios.

Pero, la vida continuaba y Madonna sobre el escenario era parte de la existencia. De modo que Conchita Penilla, una sexagenaria que no parece aparentar su edad, de carcajada clara y buen humor colombiano, decidió ir con su esposo y sus amigos casados a ver a la mítica estrella mundial. “Sin embargo, resulta que Madonna no se presentó. Nos dijimos que no tenía sentido hacer la cola. Y decidimos ir a comer a un restaurante y allí nos contagiamos los cuatro”, dice por teléfono desde su casa, al sur de París, en plena recuperación.

Al día siguiente, el domingo 8, su esposo empezó a sentir los síntomas del malestar. El lunes 9, ella cayó enferma y sus amigos durante de la semana. El malestar se agravó con dolor de cabeza y de huesos, problemas gastrointestinales, pérdida total del sentido del olfato y el gusto e inapetencia. Todo ello acompañado de una fiebre permanente desde el primer día.

En la calle, en aquellos días, la tensión crecía por el coronavirus. Mientras en el Perú se registraban 9 casos, en Francia la cifra superaba los 1 700. El gobierno francés pidió entonces a los ciudadanos con algunos síntomas quedarse en casa. Aún no había medidas estrictas de una cuarentena general.

Días de fiebre

Conchita se quedó en su casa, aislada, esperando que los síntomas bajen. No obstante, eso no sucedía. Ya estaba embarcada y en medio de la tempestad. “Al décimo día de la fiebre yo y mi marido dijimos que eso no era normal. Y decidimos ir al médico”. En el sistema sanitario francés, los ciudadanos primero pasan por la consulta de su médico de cabecera antes de ir al hospital. “Pero nuestro médico había cerrado su consultorio. Y nos dijeron que llamemos a un número convencional de atenciones, no al número de las emergencias”, indica.

Ella pensó que estaban contactando a otro médico, pero se dieron cuenta de inmediato que hablaban con el servicio de atención para casos de covid-19, el equivalente al 113 en Perú. Después de hacerles unas preguntas sobre sus síntomas, el servicio sanitario de la línea les dijo que debían llamar a otro médico de cabecera y que no eran prioritarios para ser hospitalizados, ni siquiera para hacerse la prueba porque no estaban graves. “Nosotros llevábamos diez días de fiebre y estábamos completamente fatigados”, precisa. De modo que, en tiempos de coronavirus, hasta los enfermos de un sistema sanitario desarrollado tuvieron que buscar sus propias soluciones. Después de rebuscar en internet, encontraron un médico que les atendió.

Cuando fueron al consultorio, ambos vieron los protocolos de bioseguridad para evitar los contagios. Los recibió un médico protegido con una máscara, guantes y mandiles propios de la atención para el covid-19. “Hasta la secretaria estaba aislada en una vaina de plástico, como una cobertura”, detalla Conchita riéndose de su propia desgracia.

Con Coronavirus

Sin embargo, lo que vino enseguida ya no era chiste. A Conchita le detectó una infección pulmonar y debían descartar un posible ataque del virus en el sistema respiratorio. Debían hacer una radiografía para tener precisión en el diagnóstico. Pero la mayoría de laboratorios estaban cerrados. En varias cuadras a la redonda todo estaba cerrado. “El médico tuvo que conseguirme una cita a través de sus contactos. Y cuando me hicieron las placas, encontraron una especie de pliegues en los pulmones”, señala. Era coronavirus, diagnóstico médico. No había nada más que hacer. Su esposo felizmente no presentaba los mismos síntomas.

Les dijo que debían quedarse aislados en casa, continuar el tratamiento de la fiebre con paracetamol y que el caso no ameritaba hospitalización porque no presentaba dificultad respiratoria. Sólo si presentaba ese síntoma durante los siguientes días, debían llamar al hospital. Entonces comenzaron a subir la pendiente de la enfermedad con fiebre permanente. Su amiga, con la que fue a cenar después del frustrado concierto de Madonna, tuvo que ser hospitalizada. Su marido se repuso rápidamente en casa. Hoy ambos están bien.

Pero quien no la pasó bien fue Conchita, porque la calentura continuaba por tres semanas seguidas. “Me sentía cansada, ahogada. Apenas podía subir las escaleras. Recién a la cuarta semana pude mejorar considerablemente”, declara.

Hoy Conchita sigue cumpliendo las exigencias de la cuarentena viendo películas, cocinando y leyendo junto a su marido. Y sobre todo con el aprendizaje de haber guardado la calma durante la enfermedad. “Eso fue importante. Siempre guardaba la calma, a pesar de que mi marido se asustó un poco. Pero, yo, incluso estuve en modo de negación ante la realidad, y me recuperé. Si te desesperas, puedes generar psicológicamente los síntomas”, explica. De modo que el drama del coronavirus también tiene historias de humor y sobrevivencia porque “uno se puede curar, de eso no hay duda”, asegura Conchita.

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