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Sociedad

Disolver al Sodalicio (y II)

“Barreto tiene toda la razón. Un movimiento así no debería existir en la iglesia”.

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En la misma línea que el cardenal Pedro Barreto, quien considera que el Sodalicio de Vida Cristiana debería disolverse, el arzobispo de Lima, Carlos Castillo, estima que se deben plantear medidas claras y duras. “Quizás en la precisión de los términos hay que ver las formas”, aclaró por las ondas de RPP. Y es que Barreto habló de “disolución”, mientras que Castillo se refirió a una “refundación” y a una “renovación radical”.

Pero en el asunto de fondo, ambos coincidían en que debería darse una sanción maciza y firme en el Caso Sodalicio. ¿Qué implicaría ello? Pues varias cosas. Entre ellas, una razzia. Sacar de entre sus filas a los cómplices y encubridores. Eso para comenzar. ¿Qué más? Cambiarse de nombre. Ser sodálite, hoy por hoy, es sinónimo de ser integrante de una organización manchada y contaminada por el sectarismo y una cultura de abuso de poder.

Y lo más importante, reformular su carisma o espiritualidad. Ella debería fundarse, en mi pequeña opinión, en la atención a las víctimas de abusos físicos, psicológicos y sexuales. Creo que no existe ninguna agrupación religiosa en el mundo que tenga como misión o propósito algo así. De hecho, si se trata de interpretar los signos de los tiempos en el ámbito eclesial, la pandemia de la pederastia clerical hasta ahora no ha sido frenada, en plan coronavirus.

Solo de esa manera, rehaciéndose y reinventándose a través de una decidida acción pastoral a favor de las víctimas de la propia institución y de otras, este movimiento peruano podría trascender y considerarse necesaria y conveniente para los feligreses católicos.

El carisma debe tener un sentido pastoral y ser vigente para toda la comunidad católica. Lo mismo debería aplicarse a otras organizaciones, como los Legionarios de Cristo de Marcial Maciel, o el Instituto del Verbo Encarnado de Roberto Juan Yanuzzi, o la Fraternidad de Alianza Toca de Assis de Carlos Buela, entre otros tantos, cuyos creadores terminaron siendo depredadores sexuales.

¿Asociaciones así deberían seguir existiendo como parte de la iglesia católica? Claramente, no. Pero ahí están. Como si no hubiese ocurrido nada. Dando a entender que aquello de la “tolerancia cero” es pura demagogia o apenas una frasecita simpaticona como para agradar a las tribunas. Y nada más que eso.

Periodista y escritor. Ha conducido y dirigido diversos programas de radio y tv. Es autor de una decena de libros, entre los que destaca Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015), en coautoría con Paola Ugaz. Columna semanal en La República, y una videocolumna diaria en el portal La Mula.