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Sociedad

Enfermera peruana en Italia: “Tratamos de llevarlos a una muerte menos desesperada”

CORONAVIRUS. Desde hace dos meses, Elizabeth está en la primera línea de lucha contra el Covid-19. Ella confirma que el sistema de salud italiano colapsó. No hay respiradores. Se prioriza a quienes puedan salvarse. Perú no debe llegar a esos extremos.

-FOTODELDÕA- ROM12. ROMA (ITALIA), 19/03/2020.- MÈdicos y enfrermeros saludan a la entrada de una clÌnica durante el estado de emergencia por el coronavirus en Roma, Italia, este jueves. El primer ministro italiano, Giuseppe Conte, considera "inevitable" prolongar el bloqueo del paÌs, el cierre de tiendas y de escuelas, mientras se combate al coronavirus y asegura que las restricciones de movimiento y sociales "est·n funcionando". EFE/Maurizio Brambatti
-FOTODELDÕA- ROM12. ROMA (ITALIA), 19/03/2020.- MÈdicos y enfrermeros saludan a la entrada de una clÌnica durante el estado de emergencia por el coronavirus en Roma, Italia, este jueves. El primer ministro italiano, Giuseppe Conte, considera "inevitable" prolongar el bloqueo del paÌs, el cierre de tiendas y de escuelas, mientras se combate al coronavirus y asegura que las restricciones de movimiento y sociales "est·n funcionando". EFE/Maurizio Brambatti

Juan Carlos Soto

Arequipa

“Hemos llegado al límite de hospedajes, se salva quien puede, nosotros les ayudamos tratando de llevarlos a una muerte menos desesperada, no es fácil morir asfixiado…", ese mensaje por WhatsApp que constriñe el corazón corresponde a la enfermera Elizabeth, desde Italia, cuando se le preguntó sobre la veracidad de una noticia que da cuenta de los protocolos para priorizar la atención a contagiados por coronavirus (Covid-19).

Según las nuevas reglas, dice la noticia, las unidades de cuidados intensivos (UCI) descartan a mayores de ochenta años o con pocas chances de sobrevivir tras el tratamiento. Sin vacuna aún, se improvisa con un cóctel de antivirales. En algunos da resultado, a otros les sube la glucosa y trae efectos colaterales.

Elizabeth trabaja en una clínica privada con subvención estatal en Bérgamo, una ciudad al norte de Italia, donde el Covid-19 mató a miles. Antes solo hacían cirugías en esta clínica. Ahora suspendieron esas intervenciones; la mayoría de pabellones se repletaron con pacientes infectados con el virus. Días después la contactamos por teléfono. Nos dice que ir al trabajo es una pesadilla. Todos tienen miedo a infectarse.

Varios colegas suyos y médicos están enfermos. “No sé si yo también estoy contaminada”, manifiesta.

Semanas atrás, sufrió dolores de cabeza y tos persistente, le dieron diez días de descanso médico. ¿Te hiciste la prueba para saber si estás con el virus? Me responde que al personal médico ya no quieren hacerle la prueba. Además de su costo alto (90 euros), solo cuando están con insuficiencia respiratoria la aplican a ellos. Les dicen: “Considérate un paciente positivo y toma tus medidas de prevención”. Después de recuperarse vuelven al trabajo, faltan manos para atender a los numerosos pacientes que llegan con hambre de oxígeno.

¿Es cierto que solo atienden enfermos con posibilidades de salvarse? “No hay otra alternativa”, admite. Todos los pacientes que llegan a la clínica necesitan un respirador artificial, son unos aparatos colocados en la cabeza a manera de cascos, que conectados a dos o tres vías dan oxígeno al enfermo, mientras este supera la infección pulmonar.

Pero respirador no hay para todos y, entonces, viene la dramática elección: priorizan a quienes tienen opciones de salvarse. En esa lista no cuentan “los muy ancianos ni casos con otras complicaciones”. A “los no elegibles” les dan una dotación de oxígeno (15 litros máximo) suministrada mediante mascarillas, pero ese tratamiento es paliativo e insuficiente. Cuando el paciente está muriendo, le dan morfina, un fármaco que reduce el dolor y lo atonta. Es decir, abraza a la muerte sin darse cuenta, sin dolor.

Colapso

Todo el sistema de salud en Italia colapsó. Sus 5 200 camas de UCI fueron rebasadas. Un respirador artificial es oro, revela a la BBC Daniele Macchini, médico de Bérgamo. Las mascarillas e indumentaria de protección para el personal de salud a veces están agotadas, confirma Elizabeth. Son necesarias para la protección.

Hay enfermos que pierden la conciencia y no contienen sus necesidades biológicas; otros, en su desesperación, les tosen en la cara. Hay casi tres mil médicos y enfermeras contaminados, lo que representa el 8% del total de infectados en el país. Es la infantería de esta guerra contra el Covid-19, la primera línea. Por ello, en varias ciudades del mundo declaradas en cuarentena, millones de ciudadanos los alientan con aplausos y hurras. ¿Es suficiente para el colapso psicológico que sufren estos profesionales? Ya no lo sé, pienso. Siento que mis palabras de despedida suenan a nada cuando le digo: “Cuídate mucho, cuida de tu esposo e hija”.

Ella me aconseja: “Ustedes también en el Perú. Sean responsables, acaten la cuarentena, esta es una infección terrible que ataca a los pulmones”. Me advierte que, cuando comenzaron los primeros casos, ni el Gobierno ni los ciudadanos lo tomaron en serio.

En los días de cuarentena, los jóvenes salían a los cafés a brindar, luego se contagiaron. Así comenzó y ahora es incontrolable. “Me preocupa el Perú, su sistema de salud es muy precario, no aguantarán a los pacientes”, culmina.

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