Iracundos y felices
“Y mientras mis vecinos celebran a Jesús y tratan de ser solidarios, en este momento alguien estafa y otro roba. Jode. Sí pues, soy un aguafiestas”.
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No quiero ser un aguafiestas. Pero tengo que decirlo. Existe una corrupción heredada. Habita en todos los ambientes. Vivimos con ella. Y no nos salvamos ni en Navidad. El buen periodismo la denuncia a cada instante. Pero no es suficiente.
Como diría el maestro Restrepo, esa prensa como registro histórico, expresión de la sociedad y desarrollo del conocimiento. Y que debe bregar contra el achoramiento social. Lo corrupto inveterado y sistémico.
Pasa en la bodeguita, en el hospital, en el trabajo y el club. Los valores infectos y deshonestos. Y pasa en las casas también. Contagia y pervierte. Ahí están los feminicidios, ese amor asesinado, los asaltos, ese desenfreno violento, la política, aquel servicio social ilícito.
Sí, soy un aguafiestas. ¿Y se puede ser feliz en estas horas? Imposible. Con lo ocurrido en McDonald’s, el regreso de Fujimori, la banda de militares que robaba gasolina, la organización criminal del comandante general de la Marina. ¿Feliz, decía?
No me opongo a los sueldos justos, a los aguinaldos, a las canastas. No me opongo al furor consumista en Mesa Redonda o Polvos Azules. Y mientras mis vecinos celebran a Jesús y tratan de ser solidarios, en este momento alguien estafa y otro roba. Jode. Sí pues, soy un aguafiestas. Feliz Navidad.
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