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Sociedad

El cirujano que no amaba a las mujeres

“El racismo continúa secretando su ponzoña y, cuando se combina con el sexismo, agrede a todas las mujeres. (...) El virus sigue vivo”.

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El cirujano David Ruiz Vela publicó en su muro de Facebook una serie de comentarios denigrantes acerca de los cuerpos de las atletas peruanas Gladys Tejeda, Inés Melchor, Nélida Sulca y Rina Cjuro. Son observaciones tan ominosas que es preferible no repetirlas aquí. Baste decir que las palabras escritas en este párrafo se hacen de inmediato sospechosas: “muro”, por ejemplo, remite a campo de concentración. Y “Facebook” me recuerda a algo que escribí alguna vez en otra nota: Racebook.

Más allá de las sanciones que debería recibir semejante galeno –espero que, además de las instancias judiciales, el Colegio Médico active su comité de ética–, es útil reflexionar acerca de las ideologías que subyacen a afirmaciones groseramente discriminatorias como las aludidas. Las cuatro mujeres maltratadas son de origen serrano, como por casualidad. En su afán de marquetearse, el cirujano ataca sus cuerpos. En la mentalidad racista el canon de belleza es un arma de combate. En la sexista, también.

Todas las mujeres que no cumplan con las imposiciones de ese rasero machista racializado, son descartadas por feas. Atribuir el resultado físico al deporte que practican es el pretexto que permite segregarlas. Por eso es que no es exagerado evocar los campos de exclusión y exterminio. Lo que corre por debajo de esa violencia es una pulsión tanática. El discurso “científico”, y a menudo médico, fue una de las coartadas más socorridas de los nazis.

No estoy diciendo que este cirujano lo sea. En lo absoluto. En su afán de obtener clientes acaso ni siquiera se ha percatado del daño que está causando. Pero su ignorancia o inconsciencia no hacen menos dañinos sus comentarios, su exclusión, su barbarie. Lo más que podría alegar el émulo inconsciente de Mengele es ignorancia. Pero, como sabía Kafka: “Yo soy muy ignorante: no por ello deja de existir la verdad”. El racismo continúa secretando su ponzoña y, cuando se combina con el sexismo, agrede a todas las mujeres. A unas por discriminarlas, a otras por reducirlas a la condición de enseres decorativos. Las redes sociales no dejaron pasar esta feroz falta de respeto a un grupo de mujeres valiosas. Pero aun si no lo fueran, la ofensa sería igualmente intolerable. Sin embargo, no basta. El virus sigue vivo. Eso es lo que hace falta eliminar del cuerpo social.

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