Sociedad

Todo sobre mi madre

“Las madres son siempre un misterio, qué ilusiones tenían, cuántas frustraciones. Como asegura Godínez: ‘Le sacas todo el caramelo, y es un ser humano’”.

Maruja Barrig
Maruja Barrig

Porque yo no quería ser como mi madre, exclamó hace varios años la feminista Gina Vargas al clausurar la presentación de uno de sus libros. Su madre, dicho sea de paso, estaba sentada en la primera fila del auditorio con un ramo de flores para su hija y puso cara de sorpresa. Vargas se dio cuenta. Y balbuceó algo parecido a Mil disculpas, mamita, no quise decir eso. Pero ya estaba. Este incidente, que tiempo atrás hubiera arqueado las cejas de algunos, es de una inocencia candorosa ante los testimonios lacerados y honestos que dos mujeres han ofrecido últimamente sobre sus madres.

La artista plástica Marisa Godínez (Lima, 1950) fue entrevistada recientemente en la revista de cultura Ansible¹ y la poeta Victoria Guerrero (Lima, 1971) publicó hace pocos meses ̶Y̶ ̶l̶a̶ ̶m̶u̶e̶r̶t̶e̶ ̶n̶o̶ ̶t̶e̶n̶d̶r̶á̶ ̶d̶o̶m̶i̶n̶i̶o̶ un doloroso testimonio, casi un poema de lo que, ella asevera, hubiera podido llamarse Matar a la Madre. El mito de la madre buena, asegura Guerrero, es una condena para la madre real. Y ese parece ser el lazo comunicante de los recuerdos de ambas.

La madre de una, siempre se periqueaba, era muy guapa y frívola, con sus tacos aguja; se despedía de sus hijos, enjoyada, cuando salía de noche. La de la otra, también era vanidosa, tenía una colección de perfumes y maquillaje; al morir, deja tras de sí sus carteras, sus lápices de labios, sus sombras de ojos. La mamá de Victoria jamás hubiera salido a la calle sin maquillarse. Y poco le sirvió a la madre de Godínez su belleza: cuando Marisa tenía ocho años, su padre dejó la casa, se esfumó, y terminaron las temporadas de playa, la residencia en San Isidro y el esplendor. Y el rencor de la madre se encharcó en los hijos: teníamos la peor versión de mi madre, dice, y le teníamos miedo. Su madre, resume Marisa, no la besaba nunca. Mientras Victoria, recordando la agresión verbal de su mamá, pensaba que las odiaba, a ella y a su hermana. Y le dice a su madre, ya sin vida: No sabías cómo amarnos. Yo tampoco lo supe.

Dos hilos conductores siguen hermanando los recuerdos. En un caso es el contraste de una madre reluciente de maquillaje, que cuidaba a sus plantas más que a sus hijas, que se ufana de lo que es, en contraste con lo que la hija es: Tú siempre criticándome, le decía la madre a Victoria, creyéndote más inteligente que el resto porque escribías unos versos. Guerrero no aparece, a los ojos de su mamá, bella como ella, aunque esta resiente sus dones. La madre de Marisa no esperaba nada de ella. Quizá sólo que no se embarazara, acorralando su sexualidad y provocándole terror por su cuerpo, que cubría con un gran poncho cuando salía a la calle. Oportunidad que su madre no perdía para llamarla marimacho. Ambas recuerdan con espanto el Día de la Madre, fecha que era un suplicio escolar, pues debían fingir amar a su madre.

Quizá lo más impactante de ambos testimonios no sea el de las hijas sino el de las madres que subyacen en esos recuerdos. Ellas son siempre un misterio, qué ilusiones tenían, cuántas frustraciones y temores. Como asegura Marisa Godínez sobre el imaginario de la madre: Le sacas todo el caramelo de encima, y es un ser humano.

1 Ansible. N° 8. Año II. 2018 – 2019. Lima, julio 2019

2 Fondo de Cultura Económica. Lima, abril 2019.

SOBRE EL AUTOR:

Maruja Barrig. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.