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Sociedad

Ana busca la muerte digna

“Respira por la tráquea y depende de enfermeras para todo, salvo para su activismo valiente y admirable”.

Gastelumendi
Gastelumendi

No son pocas las veces en las que un periodista, un reportero, empatiza con el personaje y con su historia que uno tiene el privilegio de contar, de transmitir. Hay ocasiones, sin embargo, en las que esta empatía se convierte en una sintonía mágica, puesto que la fuerza del testimonio es tal que termina por envolverlo al punto de meterse en el cuerpo del protagonista de la historia. La primera vez que esto me pasó fue en un hospital mental de Iquitos, cuando uno de los discípulos de Patch Adams y Wendy Ramos logró arrancarle una sonrisa de felicidad a una adolescente autista y muda, lograron que se conecte con el mundo, a través de las ondas sonoras que emitía una caja de música.

En el intermedio ha habido mucha empatía e involucramiento con quienes protagonizan historias inolvidables, esas que nos remecen las teclas más profundas de nuestra existencia, hasta que hace una semana, conocí a Ana Estrada y volví a sentir que, en casos excepcionales, periodista y entrevistado somos lo mismo. La neutralidad se diluye porque no se puede ser imparcial con la causa que se va a comunicar, en este caso: instalar en el debate público la posibilidad de que se despenalice la “muerte asistida”, que ya no se le llame “suicidio asistido”, que a diferencia de la eutanasia, depende de quien sufre la agonía y no de los doctores o familiares.

Ana padece polimiositis, un mal degenerativo que ha paralizado el 90% de su cuerpo, respira por la tráquea y depende de enfermeras para todo, salvo para su activismo valiente y admirable, por la última de las libertades. Anabuscalamuertedigna, se llama su blog.

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