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Sociedad

Rabonas: un codiname que degrada

“Rabona: apelativo casi despectivo y a contramano de la importancia de su rol, pero en sintonía con la implícita devaluación de la vida y la identificación de las mujeres con ella".

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Rabona no es un nombre que me guste, escribió hace poco Rocio Silva Santisteban en una publicación sobre las mujeres y la historia. Y cómo nos podría gustar, si nos asocian al rabo. Esas mujeres, opinó Flora Tristán sobre las rabonas, son de una horrible fealdad¹. Tienen la piel quemada, agrietada y los ojos enrojecidos. La escritora intenta una explicación sobre la fealdad de estas indígenas que no hablan el español y adoran al sol. Quizá sean feas, elabora Tristán, porque transitan entre el sol de las pampas y el frío de las heladas cumbres, vestidas solo con una pequeña falda de lana, una piel de carnero con un agujero para pasar la cabeza cubriendo pecho y espalda, y los pies descalzos. La descripción que recoge en “Peregrinaciones de una Paria” sobre las rabonas es una de las más replicadas por la abundancia de detalles sobre sus funciones. Según Flora, las rabonas preceden a la tropa pues buscan un espacio donde albergarse e ir preparando los alimentos: cargan las tiendas y vituallas, llevan ollas e hijos pequeños. Curan a los heridos. Lavan la ropa de los soldados y buscan las provisiones. Pero no lo hacen pacíficamente, según reseña Tristán, sino que son bestias hambrientas que llegan a los pueblos y piden víveres y, si los habitantes se resisten, se baten como leonas y con valor salvaje triunfan siempre de la resistencia. La casa se traslada al campo de batalla: cuidado de ropa y de niños, preparación del fuego para cocinar, pero sobre todo, la lucha por los alimentos.

Las indígenas rabonas han tratado de ser expulsadas de la caravana de las tropas, movilizadas contra España a inicios del XIX o contra Chile en sus postrimerías, pero cómo podría suplir el alto mando esos servicios. Los comandantes del ejército arguyen que estas mujeres incrementan el costo del mantenimiento de los soldados, aunque a juzgar por el relato de Flora Tristán es al contrario. Se quejan también del desorden, de las disputas con los hombres. Y de qué otro modo podría ser, si el espacio doméstico acampa con la soldadesca. Todos los implementos culinarios son transportados por las rabonas, asegura el teniente británico Carey Breton, un observador del ejército peruano en la defensa de Lima en 18812. Él las sindica como las esposas de los soldados, merecedoras de gran admiración, por la infatigable tarea de seguir a sus maridos, incluso en medio de la batalla dedicándose, sin acobardarse al cuidado de los heridos, sordas e indiferentes a las balas que volaban a su alrededor.

El nombre de estas mujeres, también conocidas como cantineras, alude a que caminan atrás de sus hombres, son el rabo de la tropa. Un nombre contradictorio con las reseñas sobre ellas, pues en ciertos momentos del día les toca avanzar y preparar las condiciones para el descanso de los soldados, indígenas como ellas, levados. Rabona: apelativo casi despectivo y a contramano de la importancia de su rol, pero al mismo tiempo en sintonía con la implícita devaluación de la vida cotidiana y la identificación de las mujeres con ella.

1 Peregrinaciones de una Paria. Flora Tristán. Ediciones Ercilla. 1941.

2 Testimonios Británicos de la Ocupación Chilena de Lima. Cecilia Wu Brading. Editorial Milla Batres. 1986.

Maruja Barrig. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.