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Sociedad

El cáncer nuestro de cada día

“Pero el cáncer como una sentencia de muerte se ha asentado en nuestras creencias. Y esa es una de las razones por las que suele ocultarse”.

Maruja Barrig
Maruja Barrig

Si leemos en los periódicos que el personaje Tal falleció luego de una larga y penosa enfermedad, sabemos a qué se refiere. ¿Por qué no escribir que Tal murió de cáncer? Por el estigma que aún mantiene. La escritora Susan Sontag publicó, hace más de 40 años, un vigente ensayo sobre la enfermedad y sus metáforas, y afirmó que lo que más le enfurecía era ver que la reputación de ese mal aumentaba el sufrimiento de quienes lo padecían; los enfermos sentían una especie de vergüenza de estar con cáncer. Y estos sentimientos son abonados por el imaginario que se teje alrededor.

La metáfora del cáncer como una invasión silenciosa y maligna genera figuras viles, como las llama Sontag. De ahí, por ejemplo, las frases que siguen circulando entre políticos y analistas, como que la corrupción es un cáncer que corroe a todas las instituciones del Estado y de la sociedad, lo mismo que el cáncer del populismo, el de la impunidad, etc. Un portador de cáncer, entonces, nos sugiere una figura corroída que, a diferencia de un enfermo cardíaco, adquiere una identidad permanente. Porque además, te habrán mutilado el pulmón, o extraído el útero, o cortado los senos y el hígado, mientras los mechones de pelo caen adheridos al peine como consecuencia de una quimioterapia. El cáncer estará siempre dentro de uno, provocando desasosiego ante cada chequeo anual o semestral, aunque hayan pasado años desde su extirpación.

Algunos de los tipos de cáncer más frecuentes, detectados a tiempo y con un tratamiento eficaz, evaden los riesgos y tienen éxito. Pero el cáncer como una sentencia de muerte, una suerte de mengua de la vida profesional y sentimental, se ha asentado en nuestras creencias. Y esa es una de las razones por las que suele ocultarse.

Otro debate inacabado es la relación del cáncer con la tristeza. Sontag le atribuye a Wilhelm Reich este vínculo pues, en su análisis sobre el cáncer de Freud, concluyó que este era el resultado de una represión emocional. Según Reich no fue el tabaquismo el que le produjo la enfermedad, sino que Freud, hombre vigoroso y apasionado, sufría resignado en un desdichado matrimonio. Si esa fuera la causa del cáncer, el número de hombres casados que lo padecerían podría ser interminable. Lo cierto es que los mitos alrededor de la enfermedad la vinculan con personas reprimidas y depresivas. El cáncer, en esas lecturas, es responsabilidad de quien lo padece; el enfermo tiene la culpa aun si no fuma ni bebe.

Solo con esta última referencia podremos entender cómo una colega, que llega a la Seguridad Social con malestares difusos y constante pérdida de peso, es recetada con pastillas antidepresivas durante un año, antes que un médico compasivo le recomiende las pruebas que descubrirán cuando ya es tarde, que no era tristeza sino un cáncer al hígado lo que la aquejaba. Como ha sido denunciado recientemente en La República, los tratamientos del cáncer son tan artificialmente altos que los centros médicos públicos ralentizan su diagnóstico. Esa debe ser una de las razones por las que, según la Organización Mundial de la Salud, el 70% de las muertes por cáncer se registran en países de ingresos medios y bajos, donde la inversión en prevención y detección temprana es reducida. Mantener la presión para ampliar los servicios oncológicos debería ser tan imperativo como llamar las cosas por su nombre, sin que la empatía decaiga.

Maruja Barrig. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.