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Sociedad

Maestros invencibles

Homenaje en su día. Entre los más de 560 mil docentes del Perú, están los que trabajan solos, administran y se encargan de la limpieza de sus escuelas. Ellos dejan su hogar para enseñar en comunidades nativas o dictar clases a madres adolescentes con bebés en brazos. Estas son sus historias.

Por: Milagros Berríos Choroco

Después de que varios huaicos enterraran el colegio Francisco Bolognesi en el anexo de Barba Blanca, la maestra Bertha Alanya comenzó a quedarse sola.

Era el mediodía del jueves 16 de marzo del 2017. Bertha y la directora de la escuela alistaban las aulas para el inicio del año escolar cuando, de pronto, vieron el cielo nublado, cargado y listo para expulsar la lluvia en la provincia de Huarochirí. “Nosotras, que hemos crecido en la zona, sabemos que cuando se pone oscuro, puede haber un huaico”.

Luego de treinta minutos, ambas profesoras decidieron dejar a medias los preparativos, salir del colegio y retornar a sus casas, en Chosica. No se imaginaban que en unas horas su escuela dejaría de ser habitable.

"Ese día ocurrió la desgracia". La maestra de 60 años lo recuerda en una habitación de 30 metros, donde décadas atrás dormían los docentes foráneos, y ahora enseña a sus únicos diez alumnos del anexo de Barba Blanca, en el distrito de Callahuanca, a dos horas de Lima.

En ese espacio, con un pequeño baño, mobiliario donado y carpetas rescatadas del huaico, Bertha Alanya Tolentino dicta clases a escolares de 9 a 14 años, incluidos dos con habilidades especiales. Es un salón que une todos los grados: desde tercero hasta sexto de primaria. Y es una maestra para todos.

De los 567 mil profesores de colegios públicos y privados que hoy celebran su día en todo el Perú, más de 10 mil 600 enseñan en una escuela unidocente multigrado como lo hace Bertha. Ellos son los que llevan educación a las zonas rurales y remotas, donde las carencias en infraestructura, servicios y accesibilidad provocan que otros niños abandonen los estudios.

En eso se convirtió el colegio N° 20539 Francisco Bolognesi luego de que varios huaicos cubrieran Barba Blanca y las familias comenzaran a abandonarlo. Desde marzo del 2017, esta escuela –la única primaria– dejó de tener los 25 alumnos, las 2 aulas y los 3 profesores de antes.

Entonces, la institución de más de 70 años pasó de ambientes prefabricados a una pequeña habitación al costado del local, declarado inhabitable, donde Bertha dicta clases, realiza labores administrativas y hasta se encarga de la limpieza.

Ya tiene 4 años en la escuela y 24 como maestra. Ha llorado cuando encontró su colegio sepultado en barro pese a que creció viendo la caída de huaicos en Chosica; ha enseñado en la selva de Pasco, pese a que Sendero Luminoso asesinaba a sus habitantes; y ha decidido jubilarse en esta escuela, pese a que aparentemente está sola.

Amor por la cultura

Cuando tenía seis años, el profesor Robinson Ordóñez Payano se quedaba inmóvil en el umbral de una puerta viendo cómo su hermano aprendía la lengua de sus ancestros limeños: el jaqaru.

Por las mañanas, en un salón de barro, techo de calamina, frente a la iglesia del distrito de Tupe, provincia de Yauyos, su hermano recibía clases de oralidad y escritura a cargo de una famosa investigadora norteamericana. Por la tarde, al lado del fogón, el mismo joven jugaba a las adivinanzas con su abuela, que no tenía formación académica, pero sí sabiduría popular. "Eso me dejó impactado para toda la vida. Mi abuela, iletrada, analfabeta, podía interactuar con mi hermano de manera muy ingeniosa (...). Ahí pensé que la educación no puede estar separada del conocimiento de las comunidades".

Este hombre de 37 años, que en su juventud quiso ser ingeniero, economista y un negociante sin capital, se convirtió en un profesor de Educación Intercultural Bilingüe (EIB) que lucha por fortalecer las culturas a cientos de kilómetros de su hogar.

Si en Yauyos, hace 4 años, Robinson instauró una práctica ancestral con 90 escolares del colegio San Bartolomé de Tupe; en la provincia de Condorcanqui, Amazonas, ahora dicta clases con la participación de los sabios de pueblos wampis y achuar.

Enseña castellano a 138 escolares que hablan wampis. Elabora calendarios comunales con festividades, producciones agrícolas y lleva a los sabios para que compartan sus historias en las aulas de la institución educativa secundaria intercultural bilingüe Arutam: Dios de dioses. "Ellos me hablan con su idioma, yo los recibo con el mío", dice.

Hace un año dejó Tupe para conocer la cosmovisión amazónica y se instaló en el pueblo de Boca Chinganaza, a seis horas de viaje por río desde Santa María de Nieva, capital de la provincia. "La primera vez que llegué me moría de emoción, tocaba la tierra de los lugares que pisaba. Al día siguiente ya fui a buscar estudiantes", recuerda.

En ese lugar, Robinson ha implementado un modelo educativo para comunidades nativas y un Plan Binacional (Perú-Ecuador), que sustentó frente a las autoridades amazónicas con frases en el limeño jaqaru: "Yo no soy de aquí, pero quiero implementar su cultura en el aula".

Cada semana, este maestro se instala en la selva, separado de su familia (que también tuvo que mudarse a la zona) por kilómetros de río, y cultiva la cultura en una comunidad distinta a la suya. Sus estudiantes viajan hasta cinco horas en chalupa para recibir clases, como más de un millón de peruanos de pueblos originarios que acuden a cerca de 26 mil escuelas EIB. “Es inmenso el cariño de esta comunidad y del colegio”, dice.

Maestra de madres

Un bebé sale corriendo del aula de primero en el Centro de Educación Básica Alternativa (CEBA) Estados Unidos, de Comas. Una adolescente lo persiguen. Es su mamá que estaba en la clase de Comunicación.

Pasadas las cuatro de la tarde, la maestra Mercedes Lázaro Reyes dicta una charla a una decena de adolescentes con bebés en brazos. Ellas son las alumnas del único programa en Lima Metropolitana, promovido por este CEBA y la Asociación Cultural Johannes Gutenberg, que permite culminar los estudios secundarios a esta población.

Mientras que Mercedes habla con adolescentes que podrían ser sus hijas, los bebés descansan en sus brazos o en las dos guarderías implementadas dentro del colegio. Desde hace tres años la rutina es similar, solo que ahora ya son 45 mujeres, 4 grados y 6 profesores elegidos “por el alto espíritu de servicio”, dice la subdirectora del Magda Cleofé Mosquera.

Y en ese grupo está Mercedes que desde hace 7 años se dedica a la EBA, como más de 13 mil docentes en el país, y hace 3 enseña a adolescentes a los que la sociedad les da la espalda. En ese periodo le han ofrecido como regalo a sus bebés, ha dictado clase con los niños de sus alumnas en brazos, ha tenido que responder preguntas tan difíciles como: "Profesora, ¿cómo hago para denunciar a mi mamá por abandono?". Pero ahí está, ahora, paseando a una pequeña dentro de su coche en el pasadizo de la escuela.

Una escuela distinta, como la de Bertha o la de Robinson. Una que, en números, podría ser de minorías. Una escuela que, contrario a lo que pensaba la maestra después de un huaico, nunca los dejará solos.


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