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Política

Cuidado con rasguñar su popularidad

La caída en la aprobación del presidente Martín Vizcarra.

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Al presidente Martín Vizcarra aún lo aprueba la mayoría de la población, pero en la última semana ocurrió un conjunto de hechos que, por su notoriedad, desgastaron su imagen y la del gobierno, lo que puede ser el inicio de una nueva etapa de descenso en su popularidad.

Según Ipsos, su aprobación descendió cinco puntos entre enero y febrero, cayendo a 53%, mientras su desaprobación creció en similar dimensión: de 32% a 37%. Esto contrasta con el crecimiento de ocho puntos en la aprobación presidencial –llegando a 63%– que Datum registró en la semana previa.

La encuesta de Ipsos llega hasta el 14 de febrero, por lo que captó el sainete de los cambios de ministros que se echaban la culpa por una reunión con funcionarios de Odebrecht que no tenía nada de indebido, pero de la que el gobierno se quiso zafar al costo no solo de cuatro ministros relevados en lo que parecía una crisis autogenerada, sino dejando la sensación de una presidencia experta en sacarle el trasero a la jeringa, o, si se le quiere dar un aire musical, diestra en bailar el alcatraz.

La trayectoria de la aprobación de la opinión pública al desempeño del presidente Vizcarra ha tenido altas y bajas, pareciendo él mismo un experto en administrar las recuperaciones tras las caídas, y es probable que se esté ingresando a una nueva fase de caída.

Esto puede complicarse con la llegada, en menos de un mes, del nuevo congreso, en el que si bien no se percibe una gran fuerza opositora de vocación obstaculizadora, como la fujiaprista, sí traerá una grita de la que el gobierno parece haberse olvidado en los cinco meses desde la disolución del 30S.

Interrogado sobre si podrá trabajar con el próximo parlamento, el presidente Vizcarra respondió hace unos días que “si hemos trabajado con el anterior congreso, imagínese…”, pero es probable que el jefe de estado sienta pronto el cambio del contexto.

Al presidente Vizcarra le convendría un nuevo gabinete con un premier con más aplomo, independencia y juego político, pero su problema es que, además de parecer muy cómodo con alguien como Zevallos, su ya demostrada voluntad de quemar a cualquier ministro que rasguñe su popularidad, le dificultará conseguir nuevos bonzos.

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