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Política

Insensibilidad y frialdad

Rostro y cuerpo humano en la gestión pública.

EDITORIAL
EDITORIAL

Dos episodios lamentables protagonizados por altos funcionarios del Estado son puestos como ejemplo de la falta de sensibilidad frente a los asuntos públicos y los dramas de los que están hechas las historias cotidianas en un país como el nuestro, atravesado por desafíos, desigualdades y patrones autoritarios.

Recientemente, la ministra de Justicia, Ana Teresa Revilla, fue consultada sobre el horrendo feminicidio de Jéssica Tejeda y el asesinato de sus tres hijos, a lo que contestó que no iba a responder esa pregunta porque estaba “en pleno momento de Navidad”. Días antes, la ministra de Trabajo, Sylvia Cáceres, guardó varias horas de silencio tras la muerte de dos jóvenes electrocutados en una tienda de McDonald’s –Gabriel Campos Zapata y Alexandra Porras Inga– para luego señalar que la investigación durará 30 días, que la empresa podría ser multada y que no entrará “en detalles” porque la investigación es reservada.

En ambos casos, las desafortunadas declaraciones fueron corregidas expresa o tácitamente. La ministra de Justicia ha lamentado su respuesta y precisado su identificación con las víctimas de los asesinatos de El Agustino, y la ministra de Trabajo ha dado paso a cambios esperados en las normas de seguridad en el trabajo y anuncia otras reformas, en algunos casos la reversión de reglas que precarizan el empleo.

Enhorabuena las rectificaciones, aunque el problema de fondo que revelan estos episodios permanecerá inalterable si no se aborda con firmeza.

Una parte de este comportamiento habría que adjudicarlo a un mal entendido enfoque tecnocrático en el manejo del Estado, según el cual los funcionarios deben desempeñar sus tareas premunidos de un alto grado de frialdad y distancia de las cosas, un estilo que ninguna escuela de formación de gestores públicos recomienda pero que es inherente a las tesis que creen que el Estado es una empresa privada y que debe ser dirigido por gerentes sin rostro y alma.

Es obvio que nada de eso es cierto, pero esa cultura falsamente técnica, en realidad desidia, está arraigada y si es llevada a los niveles iniciales del Estado provoca, por ejemplo, que los policías de una comisaría demoren 40 minutos en acudir al llamado de una mujer que luego es asesinada, a 200 metros de la estación policial.

Si algún cambio requiere el servicio público es precisamente dotarse de un enfoque humano para atender las aspiraciones de una ciudadanía a las que el poder ha mirado varios siglos con frialdad y distancia. Es decir, indiferencia.