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Política

Las piedras hablan

“La cultura de una nación es esencial para la comprensión de quiénes somos, cómo somos y qué podemos hacer”

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Una de las visitas arqueológicas más deslumbrantes que he tenido la suerte de efectuar -y admito que en ese sentido he sido muy afortunado- fue el recorrido de la Huaca de la Luna, en el complejo Moche de Trujillo. Elías Mujica, mi compañero de aula en Estudios Generales Letras de la PUCP, era entonces el arqueólogo a cargo del proyecto. Él mismo nos hizo el honor de explicarnos lo que estábamos viendo. Poco antes se habían desenterrado nuevos pisos, exhibiendo unos espléndidos murales polícromos que, entre muchas otras informaciones para los legos como el suscrito, pulverizaban el mito de que en las culturas precolombinas no se efectuaban sacrificios humanos.

He recordado esta ocasión privilegiada debido al papelón de la salida del ministro Petrozzi del Mincul, cargo que, para comenzar, jamás debió haber ocupado. Demuestra un punto ciego recurrente entre nuestros gobernantes. Casi lo que decía Göring acerca de escuchar la palabra cultura y desenfundar su pistola.

A la inversa de Vizcarra y todos sus predecesores, Freud concedía a la cultura y a la arqueología en particular, el lugar de una metáfora poderosa para entender el funcionamiento de la mente. Como el complejo Moche, las sucesivas excavaciones de Troya permitían comprender la historia de las civilizaciones que las construyeron. El sueño de Freud era el de ser un Schliemann de la mente (fue este último el arqueólogo que deslumbró al mundo con su trabajo en Troya).

En 1896, para explicar el funcionamiento de la histeria, Freud recurre a la expresión Saxa loquuntur! (las piedras hablan). Los pisos arqueológicos revelados por las excavaciones son como los vestigios concientes que permiten reconstruir el funcionamiento del inconsciente, inclusive aquello que no pudo ser simbolizado, a lo cual se accede mediante procedimientos hipotético-deductivos, como decía Jean Piaget.

Del mismo modo, la cultura de una nación, en particular una tan cargada de historia como la nuestra, es esencial para la comprensión de quiénes somos, cómo somos y qué podemos hacer al respecto. La cultura, por supuesto, no es solo arqueología ni tan solo pasado. En su seno yacen las claves para diseñar nuestro futuro. Tratarla con displicencia no es solo un grueso error: es negarse a utilizar los mejores instrumentos de los que disponemos para navegar. Es, en última instancia, autodestructivo.

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