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El síndrome de Moisés

“No se puede borrar de un plumazo el gran tema de la corrupción de la agenda pública, ni pensarlo”.

DE LA PUENTE
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El relato del éxodo es el del éxito de Moisés para liberar al pueblo hebreo de la esclavitud egipcia y conducirlo a la Tierra Prometida. Como se sabe, este tránsito desde el sufrimiento hacia el bienestar tuvo un momento crítico, uno de muchos, cuando luego de un tiempo, al no aparecer lo prometido, el pueblo se volvió contra Moisés.

La disolución del Congreso tuvo como principal clave simbólica que habría otro Congreso, y que este sería superior al disuelto. Formaba parte de esa promesa, el entendimiento de que, sin la obstrucción de la mayoría parlamentaria, el proceso político se abría a la renovación de las ideas y de las personas, en el marco de un proceso electoral superior y una gobernabilidad eficiente y no solo estable.

Esta promesa no se está cumpliendo, lo que no hace mejor al Parlamento disuelto sino cuestionable lo que ha sobrevenido luego del 30 de setiembre. De hecho, el proceso político no se ha renovado porque los temas y las voces de la agenda pública -fragmentada y manoseada- siguen siendo las mismas en la forma y contenido. En ese punto, la renovación es un desafío.

No se puede borrar de un plumazo el gran tema de la corrupción de la agenda pública, ni pensarlo. No obstante, esta no se ha ampliado, y daría la impresión de que fuera de los casos Lava Jato y el Club de la Construcción, se progresa poco en la defensa de esa parte de la legalidad democrática.

No se puede afirmar que la campaña electoral es prometedora. La mitad de este proceso ya ha sido “jugado” con la liberación de Keiko Fujimori y las revelaciones del financiamiento secreto de las empresas a Fuerza Popular. La otra mitad ofrece un cuadro de menor calidad que los procesos electorales de los años 2011 y 2016, con dos “grandes” temas que todos repiten, la inmunidad y el sueldo de los congresistas. Al escuchar esas prioridades es imposible no pensar que ambos temas pueden ser tratados la primera semana del nuevo Congreso. ¿Y el resto del tiempo?

Los disparos al pie que el gobierno se da, no son anécdotas. Cada uno le ha costado un ministro y un lento proceso de pérdida de aprobación y acaso de legitimidad. En este punto, las omisiones mayores del Ejecutivo son su falta de compromiso con la campaña electoral, se entiende no para respaldar a un partido sino para movilizar a los ciudadanos poniendo sobre la mesa los asuntos que deberá encarar el país, incluyendo su nuevo Congreso los próximos meses.

Que un gobierno no postule a un partido en las elecciones, no significa que se desentienda de ellas en nombre del buen gobierno, especialmente si vivimos en un vecindario últimamente movedizo que pone a la defensiva al gobernante más reconocido.

Al perderse la escasa movilización en favor del cambio que se había logrado en la etapa de la disolución del Congreso, se pierde también el compromiso de los ciudadanos, con el consiguiente riesgo de que aumente el porcentaje de abstención y de los votos viciados y blancos. Este resultado sería un revés para la transición y un efecto contrario al que tuvo el referéndum de diciembre del año pasado. Estaríamos, por ejemplo, ante la cancelación temprana de una prometedora transición democrática, con las puertas abiertas a otros fenómenos y experimentos.

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