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Política

El beneficio de jugar ‘al muertito’

Posponer el descontento para que no se hagan olas.

AAR
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Un rasgo de América Latina en 2019 fue la ola de protestas sociales en varios países que, comparados con Venezuela, parecían estables.

El caso más estridente es Chile, antes el país estrella del barrio, donde a dos meses del estallido la violencia sigue en la calle, pero no es el único, aunque en cada sitio con motivo local propio: Ecuador, Bolivia, Haití, Colombia.

Estas protestas produjeron hasta la caída de presidentes que se veían muy estables, como Evo Morales, mientras otros han quedado en sala de cuidados intensivos, como Sebastián Piñera con una popularidad que no supera el 5%. Nicolás Maduro, en cambio, sigue bien aconchabado en el poder.

En otros países, no hubo explosión social en el pasado reciente, pero sí un cambio de gobierno con la llegada de un nuevo presidente con una orientación muy distinta al antecesor: Andrés Manuel López Obrador en México, Jair Bolsonaro en Brasil, o Alberto Fernández en Argentina.

La región se volvió tremendamente inestable como consecuencia de problemas antiguos no resueltos que se han acumulado y agravado, desde la corrupción hasta la inequidad por un progreso que no llega a todos a la misma velocidad y que a algunos ni les llega.

Lo más probable es que la ola del estallido social siga en América Latina en 2020, aunque nadie sabe cuándo y ni siquiera dónde será la próxima crisis.

¿Puede ser en el Perú? Acá hay interpretaciones interesantes de por qué aún no surgió el estallido social, pero nadie sensato arriesga una proyección sobre si puede suceder en el futuro.

The Economist dice que “quizás más presidentes deben imitar a su colega peruano Martín Vizcarra, quien en veinte meses en el cargo ha evadido la toma de decisiones impopulares, como aprobar un proyecto minero. Y a la cabeza de una ola de enojo con lo políticos, disolvió un congreso obstruccionista”.

La revista británica recuerda que Martín Vizcarra es uno de los cuatro presidentes de Latinoamérica con aprobación superior a 50%, y concluye que “los gestos complacientes con la tribuna pueden tranquilizar a las calles, pero solo posponen el descontento, no lo disminuyen”. O sea, el beneficio de jugar ‘al muertito’.

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