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Política

La eterna convivencia

“Nos queda aún el sinsabor de aquella imagen recurrente de los tratos bajo la mesa, de los pactos clandestinos para imponer al presidente de todo un país”.

RUBÉN CANO
RUBÉN CANO

Cuando un vocero alturado de la élite económica y empresarial del país señale que la culpa de todos nuestros problemas está en el Estado débil y poco institucionalizado, producto de una clase política con muy pocas capacidades, habría que recordarle la lista de los representantes de los grupos empresariales más grandes del país que vienen pasando a declarar en la Fiscalía por estos días.

El control del Estado por parte de las élites económicas es una constante a lo largo de toda nuestra historia. La estructura de poder que sobrevive hasta nuestros tiempos, bajo ciertos matices, se consolidó en la época del guano, hacia finales del siglo XIX, conformando una plutocracia oligárquica que definió las políticas públicas del país en beneficio de sus propios intereses a lo largo de todo el siglo XX, manteniendo su poder ya sea en alianza con los militares o, hacia mediados de siglo, con el aprismo, su otrora enemigo, en lo que se llamó “la convivencia”. En este período se boicotearon las reformas del gobierno de Belaúnde, lo que derivó luego en el golpe de Estado de Velasco. Para los ochenta, la estructura de poder seguía siendo la misma. En el primer gobierno aprista a la élite empresarial se le denominó “los doce apóstoles de la economía peruana”, donde ya destacaba el padre del actual presidente del grupo Credicorp, quien luego tendría estrechas vinculaciones con el fujimorismo.

Aunque Keiko Fujimori no haya ganado las elecciones presidenciales, gracias a los aportes de las dos últimas campañas logró constituir aquella mayoría congresal que boicoteó, entre otras cosas, la reforma política que buscaba corregir las fallas del sistema que originan estas distorsiones. Justamente, una de ellas es la del financiamiento de campañas electorales. La historia del boicot contra las políticas republicanas se repite, por lo que resulta muy débil el argumento del temor al chavismo frente a la misma práctica en épocas anteriores. Más aún con las inconsecuencias del mensaje entre líneas, aquél que concluye que velaban por sus propios intereses, “los del holding”, como repetía incansablemente el abogado José Ugaz en el programa de Mávila Huertas esta semana.

Keiko Fujimori, así como gran parte de la clase política, es solo una herramienta para la defensa de un status quo establecido. La historia nos muestra cómo se repiten estas prácticas, recordándonos que nuestras decisiones no son libres, que el “gran hermano” incide en las elecciones frente a una ciudadanía a la que tampoco le interesa la política. Mientras tanto, en nuestro vecindario regional la gente está cuestionando radicalmente el paradigma dominante.

Entonces no nos vengan a decir que el problema es de las instituciones o del Estado que las propias élites han controlado durante toda la vida republicana. Sería mejor que pidan disculpas, se dignaran a retirarse y dejaran que la política la hagan los políticos decentes, aquellos que no están condicionados por el poder económico. Nos queda aún el sinsabor de aquella imagen recurrente de los tratos bajo la mesa, de los pactos clandestinos para imponer al presidente de todo un país, imágenes como aquella de la convivencia de hace más de medio siglo, una convivencia que se vuelve eterna. Esperemos que la historia nos interpele, nos cuestione y nos haga despertar de este letargo peligroso y sumiso.

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