Solo sé que no sé nada

Siempre lo hemos sido, pero desde que se destapó el caso Lava Jato la población ha sido aún más afectada por un vaivén noticioso. Cada semana, cada día, a veces cada hora ocurre o nos enteramos de algún hecho que remece nuestras particulares percepciones de la realidad. Así para algunos, lo que un hecho puede significar un delito, algo inaceptable, para otros ese mismo hecho puede ser justificable y hasta loable. Como dirían los filósofos, aquello que guía nuestras acciones son nuestras creencias y deseos y no hay lugar para los hechos, pues hasta los hechos son interpretables.

El debate entonces se torna agotador debido a que está plagado de afirmaciones subjetivas en una y otra dirección. Afirmaciones que se basan en nuestras opiniones, nuestros valores, nuestros juicios y nuestras preferencias. Los hechos son los hechos y los datos son los datos, sin embargo, todos sabemos que estos no son lo que guían nuestro día a día. En lugar de seguir un largo sistema de deducciones lógicamente válido, seguimos nuestros caprichos y prejuicios. Nuestras acciones y percepciones, aceptémoslo, se ven afectadas por un complejo cóctel de emociones y sospechas, dependiendo dónde estemos parados y con qué cristal miremos.

¿Quién define entonces qué cuenta como conocimiento real en contraposición a las creencias y supersticiones? Nadie acepta que sabe algo si existe la posibilidad de que alguien pueda demostrarle, más tarde, que estaba equivocado. Muchos hechos que conocemos son cosas que pensamos que conocemos, pero, en realidad, solo los creemos porque confiamos en la persona, el periodista, el político o la autoridad que lo ha dicho, en vez de saberlo de verdad.