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Política

Evo eterno

MIRKO
MIRKO

Mañana se decidirá si Evo Morales es elegido presidente de Bolivia por cuarta vez consecutiva. Le lleva 10 puntos al ex presidente Carlos Mesa (al que Morales sucedió en el 2006), pero las encuestas se inclinan hacia el pronóstico de una segunda vuelta, en la cual la victoria se resolvería por un margen de menos de uno por ciento. Es probable que gane, pero puede perder.

Sin embargo muchos analistas hacen notar que Morales es un consumado maniobrero electoral, que encontrará la forma de ganar o de proclamarse ganador de todas maneras. Parte del juego ha consistido en irse alejando de su izquierdismo primigenio, a lo largo de sus 13 años de gobierno. En ese tiempo a la economía boliviana le ha ido particularmente bien.

Los desplazamientos en la imagen de Morales han sido dramáticos. Se desentendió de su imagen de líder indígena. Asumió programas económicos ortodoxos. Retiró la carta nacionalista de una salida de Bolivia al mar de entre sus prioridades políticas. Todo lo cual, en un clima de bonanza, le permitió mantener a raya a sus enemigos políticos.

Pero luego de un decenio de expansión económica apoyada en el petróleo y el gas, hace un par de años las cosas han empezado a cambiar. El gas se está agotando, y las exportaciones del combustible este año han caído 25%, pues los principales clientes, sobre todo Brasil y Argentina, están comprando en el mercado internacional. Hay un programa de austeridad a la vista.

Una prueba de que Morales no está seguro de ganar es el estilo de campaña que ha asumido, y que incluyó un patético llamado en su último mitin: “No me abandonen”. Ya había sido abandonado cuando un referendo del 2016 le impidió (56% contra 43%) volver a candidatear. Morales se zurró en los resultados, y el Tribunal Supremo Electoral lo habilitó.

Carlos Mesa, su principal contendor, es percibido como un representante de la clase media boliviana, y su principal hándicap sigue siendo su paso por el turbulento periodo político que precedió a la llegada de Morales. Por eso Morales señala a Mesa como una vuelta al pasado, a la vez que define, sin ironía, su cuarta candidatura como una opción por el cambio.


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