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Cualquier cosa menos una rendición

“Lo que está en juego en estos momentos es el intento de sacar al país de la espiral de deterioro que ha signado los últimos lustros...”.

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Hace bien Vizcarra en plantarle cara al Congreso. Debió insistir con el proyecto de adelanto de elecciones, la mejor salida política a la crisis, pero aparentemente o lo ha archivado o lo guarda para una mejor ocasión, bajo la consideración de que evitar el copamiento del Tribunal Constitucional por parte del fujiaprismo y aliados es más urgente. Cualquier escenario es preferible a una rendición.

Los escenarios futuros son aún insondables. Hay muchas opciones y el mayor problema es que el Gobierno no parece haber tenido clara la estrategia para enfrentarla. Pero en medio de la incertidumbre vigente es bueno recordar, cuantas veces sea necesario hacerlo, que el bache político por el que transitamos se debe fundamentalmente a la irracionalidad exuberante de Fuerza Popular.

Ha contribuido la torpeza del régimen iniciado el 2016 (tanto en su versión PPK como Vizcarra), pero la causa eficiente ha sido, sin duda, la necedad de Keiko Fujimori, quien ha estado dispuesta a sacrificar su futuro político a cuenta de impedir el éxito de quienes la derrotaron en las urnas hace tres años.

Cuando el fujimorismo reaparece en el firmamento político, en el año 2006, logra con la candidatura de Martha Chávez casi un 7,5% de los votos válidos y obtiene 13 escaños, encabezando la lista Keiko Fujimori y logrando la más alta votación. Con sus votos, la agrupación fujimorista (entonces llamada Alianza para el Futuro), se suma al proyecto de Alan García, elegido presidente, y le permite gobernar sin sobresaltos, a pesar de los 45 congresistas opositores del humalismo. Fue, en la práctica, un cogobierno proinversión privada, proempresarial. El fujimorismo hacía gala de consecuencia con sus orígenes históricos e ideológicos.

Cuando el 2011 Keiko Fujimori logra postular a la Presidencia, pasa a la segunda vuelta, pero es derrotada por Ollanta Humala. Los siguientes cinco años, merced a sus 37 congresistas, ayuda a impedir que el país se descarrile por la ruta chavista que muchos temían. Como factor de contrapeso, el fujimorismo reiteró la misma actitud consecuente del quinquenio precedente. Fue también una fuerza proinversión y proempresa.

El 2016 se va todo al diablo. Vuelve a ser derrotada Keiko Fujimori, pero esta vez por un candidato cuya similitud ideológica era superlativa, y cuando se esperaba que Fuerza Popular se sumase entusiasta al Gobierno, la furia por la derrota condujo al keikismo al sabotaje premeditado y al maltrato beligerante. El keikismo decide atentar contra el advenimiento de un orden republicano o liberal.

Vizcarra, tal vez de modo involuntario, ha hecho más en favor de esa ruta que los abundantes pregoneros de la misma en nuestra clase política. El mayor rapto de lucidez ha provenido del político provinciano menos jugado en las grandes ligas congresales o partidarias.

Lo que está en juego en estos momentos es el intento de sacar al país de la espiral de deterioro que ha signado los últimos lustros o de resignarnos a la mala suerte de ser un Estado democrático fallido. En esa perspectiva, no es admisible una claudicación. Vizcarra abrió la puerta a la esperanza y felizmente no la ha cerrado pusilánimemente.

La del estribo: qué gran obra Este lugar no existe. Se pone en la Sala Tovar de la Municipalidad de Miraflores hasta hoy, pero la buena noticia es que se reestrena desde el 25 de octubre en el auditorio del MALI. La terrible violencia de las zonas de explotación ilegal del oro en nuestro país ha sido bien puesta sobre las tablas, con una dirección solvente y actuaciones de primer orden.

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