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Política

El centro progresista

“En rigor, son antiliberales, además, porque desde John Locke, el liberalismo significa tolerancia, mientras que en este vector predomina el autoritarismo”.

Roncagliolo
Roncagliolo

En el Perú no hay partidos, pero sí cosmovisiones u horizontes mentales que atraviesan las organizaciones formales e impregnan diferentes sentidos comunes.

Existe una derecha democrática que debe evitar el extremismo de quienes asumen y sostiene que, como dijo Adam Smith, el Estado está constituido “para defender al rico del pobre o a quienes tienen alguna propiedad de los que no tienen ninguna”. Sólo les preocupa el crecimiento económico, del cual por chorreo han de beneficiarse los pobres, aunque en la realidad seamos un país en el que más bien chorrea para arriba. Se autoproclaman liberales, pero son verdaderos mercantilistas, que no saben distinguir entre el negocio privado y el interés público. De ahí que la corrupción, en el fondo, les resulte normal, y quisieran que nada cambie.

En rigor, son antiliberales, además, porque desde John Locke, el liberalismo significa tolerancia, mientras que en este vector predomina el autoritarismo. Para ellos la izquierda es estúpida y torpe, y su tarea principal es combatirla y eliminar un comunismo prácticamente residual, pero que les sirve de chivo expiatorio o cuco para todos los problemas; las mujeres deberían dedicarse a ir a las peluquerías y la palabra género debería ser eliminada del diccionario. Quisieran un Bolsonaro para el Perú. Incluso les alborota que se hable de género en la escuela, pero son indulgentes o cómplices frente a la pederastia clerical. Felizmente, las autoridades de la Iglesia Católica peruana, en línea con el Papa Francisco, se ha alejado de este pensamiento, como consta en los mensajes del nuevo Cardenal Pedro Barreto, de la Conferencia Episcopal Peruana y del nuevo Arzobispo de Lima, Carlos Castillo, cuya homilía del 28 de julio recupera claramente el compromiso con los pobres y deja atrás la imagen de un arzobispo dedicado a las maniobras politiqueras.

En oposición a dicho extremismo existe una alternativa que podríamos llamar de centro progresista, porque se remonta al Club Progreso y el diario Progreso, fundados por el iqueño Domingo Elías, primer candidato civil a la presidencia de la República, en 1850. Esta perspectiva propugna la economía de mercado, la democracia, y los derechos humanos, sin satanizar al Estado ni su responsabilidad social.

Tiene diversas expresiones. Una de ellas es el Partido Morado, cuyo líder, Julio Guzmán, ha planteado un programa ambicioso de renovación, hace pocos días (como lo hizo un poco antes, desde la izquierda, Verónica Mendoza). Se expresa también en La Bancada Liberal, hasta ahora circunscrita al ámbito parlamentario; y, por cierto, en las bases apristas, como lo han manifestado personalidades con las trayectorias de Carlos Roca y Hugo Otero. Corresponde, claro está, al planteo original de Acción Popular y, sin duda es compartida por dirigentes activos de otras procedencias, como Marisol Pérez Tello. Pero no estamos proponiendo alianzas electorales, sino solamente destacando algunos de los signos de renovación que autorizan mirar el futuro con optimismo, a pesar del pesimismo que despierta el paisaje de hoy.

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