¿Volverán los días fríos en Lima? Senamhi aclara
Política

La democracia del “penthouse”

“Aprobar una reforma política y no reformar la economía, es como vivir en un penthouse encima de un edificio en ruinas. Los que se divertirán en las alturas, como siempre, serán los de arriba”.

Alberto Adrianzén
Alberto Adrianzén

En estos tiempos asistimos a hechos políticos bastante curiosos. Uno de ellos es esta aparente paradoja entre, por un lado, una opinión pública, según todas las encuestas, interesada en la reforma política promovida por este gobierno y, por el otro, esta misma opinión pública distante de la política y de los políticos y bastante cercana a lo que algunos llaman la “antipolítica”. Hace unos días Juan Carlos Tafur señaló en este diario que “la gente está molesta” y que “el malhumor respecto de la política está generalizado y anticipa lo que será el voto el 2021” (LR:23/6/19).

Por eso dudo mucho de que el apoyo de la opinión pública al presidente Vizcarra se explique por la importancia que este gobierno le ha dado a la reforma política. En realidad, lo que explica esta situación no es necesariamente un talante “reformista” presidencial sino más bien la bronca que esa misma opinión pública le tiene al Congreso, a los políticos y a la política. No vivimos un momento de politización promovido por los partidos, sino una politización promovida y direccionada por los grandes medios de comunicación, las agencias de encuestas y el propio gobierno.

Ello se refleja, según estas mismas encuestas, en que la opinión pública no se identifica con alguno de los llamados “líderes políticos”. La popularidad de la mayoría de ellos no pasa del dígito. Gana el “ninguno” o “no sabe ni opina”. No se vive, por lo tanto, un momento de “politización” sino de “furia”. Así como hay un “voto de castigo”, hay también demandas que buscan el “castigo” de los políticos. Es una demanda que al no tener una “desembocadura institucional” deja en el horizonte, antes que la posibilidad de una nueva representación, un gran signo de interrogación.

Y si bien se puede decir que el “mérito” del presidente Vizcarra ha sido representar ese momento de “furia” dirigiéndola contra el Congreso y los políticos, en particular los fujimoristas, habría que decir que los límites de la reforma política no se encuentran únicamente en la oposición del fujimorismo y del aprismo sino también en el carácter instrumental que tiene la reforma para el gobierno lo que se expresa en un debate precipitado y equivocado en algunos temas como las restricciones impuestas a los movimientos regionales. Hemos pasado de una reforma que proponía un cambio de régimen, es decir, pasar de un presidencialismo imperfecto a otro, digamos, perfecto, a una reforma limitada a los partidos. Y si bien no está mal que sea así, hay que decir que es un error pensar que la democracia, en este país, se construye mediante un pacto entre las elites políticas cuando estas no existen.

El problema es que el gobierno siguió el camino que abrió el referéndum del año pasado; esto es una confrontación abierta con el Congreso (los políticos) a la que se sumó la lucha contra la corrupción. Y si bien nadie discute la importancia de lo segundo, lo que habría que decir es que una confrontación política sin solución en el corto plazo en un contexto de demandas sociales y económicas insatisfechas, como el actual, lo más probable es que termine generando un malestar social y político.

Por eso, aprobar una reforma política y no reformar la economía, es como vivir en un penthouse encima de un edificio en ruinas. Los que se divertirán en las alturas, como siempre, serán los de arriba; mientras que los de abajo seguirán como siempre: con pocas esperanzas y listos a explotar.

Los artículos firmados por La República son redactados por nuestro equipo de periodistas. Estas publicaciones son revisadas por nuestros editores para asegurar que cada contenido cumpla con nuestra línea editorial y sea relevante para nuestras audiencias.