En ‘El Diablo’, una canción del cantautor belga Jacques Brel, el demonio sale del infierno e incursiona en nuestro mundo, para vigilar sus intereses. Después de haber visto y escuchado todo, retorna al fuego eterno (“allá” dice Brel). Luego de celebrar un gran banquete, el diablo se pone de pie y pronuncia un discurso. La letra de la canción resume en dos palabras el tenor del mismo: Ça va (Todo bien):
“Los hombres han visto tanto que sus ojos se han vuelto grises. Todo bien./ Y ya ni cantamos. En las calles de París todo bien./ Se trata a los valientes de locos y a los poetas de bobos. Todo bien. /Pero en los periódicos de todas partes los cabrones tienen su foto./ Esto les duele a los honestos y hace reír a los deshonestos. Todo bien, todo bien, todo bien, todo bien”.
Si el diablo de Brel, en vez de acudir a París en la década de los cincuenta del siglo pasado, hubiese venido a Lima o al Perú hoy, es seguro que habría llegado a la misma conclusión satisfecha: Ça va. La mayoría de medios de comunicación ensalzan a los canallas y denigran a las personas honestas, acusándolas de lo que se les venga en gana. Al daño reputacional, se agrega que ciertas “tribus” del Ministerio Público dan estas calumnias como evidencias de delito: Ça va. La delincuencia callejera advierte este caos que se esparce como la peste y campea a sus anchas.
La semana que pasó, dos delincuentes armados y provistos de pasamontañas irrumpieron en el vehículo en el que mi hija de 19 retornaba de la universidad por la noche y le arrebataron todo lo que tenía. Como dice otro gran cantautor, el panameño Rubén Blades en ‘Pedro Navaja’: “Y créanme, gente, que aunque hubo ruido nadie salió/ No hubo curiosos ni hubo preguntas ni nadie habló”.
Mi hija llamó a Serenazgo de Miraflores para reportar el hecho. Me asombró la tranquilidad con la que expuso los hechos por teléfono. Más bien, la mujer que le respondió empleó un discurso robótico que parecía leído; algo así como: “No nos exaltemos. Lo material no es importante, sino la vida. Conservemos la calma ante todo. Comprendemos que la situación es muy difícil, pero no hay que exaltarse. Enseguida envío una unidad a su dirección. Calma”. Yo escuchaba la conversación y pensaba que la única exaltada era la persona de Serenazgo, pero no intervine. El caso es que la unidad no llegó nunca. Intenté hacer la denuncia policial por internet y me encontré con que el sistema estaba “en mantenimiento. Ya regresamos”.
El alcalde de Miraflores, Carlos Canales, de Renovación Popular, parece tan preocupado con su revocatoria que ha olvidado sus deberes primordiales. En eso no se diferencia de su jefe en la Municipalidad de Lima ni de la mayoría de políticos, dedicados a desmantelar el Estado de derecho en el país. Ça va.
Cuando narré lo ocurrido en X (antes Twitter), la mayoría de personas me expresaron su solidaridad. No faltaron los haters que me increparon con el habitual griterío insultante y vengativo de los troles, pero fueron los menos. Más bien, varias personas relataron lo abandonadas que se sentían en distritos en situación muchísimo más crítica que Miraflores, con toda razón. Al ver la actividad del tuit, @AlertaMiraflores me escribió para preguntarme si quería que vengan a mi casa. Ya eran las 11:30 p.m., dos horas después del asalto. Decliné, con la calma de la persona en el teléfono de la municipalidad, esa visita inútil.
El ministro del Interior, Juan José Santiváñez, la cabeza del sistema de seguridad ciudadana, está enfrascado en lo que Rosa María Palacios llama con acierto “una trama de intrigas y espionaje que se está llevando de encuentro a la propia presidenta”. No tiene tiempo para minucias como la violencia y la inseguridad de las calles. Ça va.
Uno de los aspectos de este Perú abandonado a su suerte que regocijaría al jefe del inframundo es el sainete de Vladimir Cerrón. La historia del auto presidencial, conocido como el Cofre, recuerda a cierto caballo legendario en la literatura occidental. En la Ilíada, Homero designa una y otra vez a Ulises como “fecundo en ardides”, preparándonos a los lectores para el célebre desenlace. Escuchando las declaraciones embrolladas y confusas del titular del Interior, parece improbable que la descripción le corresponda. Todo parece indicar que es Cerrón el que utilizó el Cofre como caballo de Troya (es oportuno recordar que también es una conocida marca de condones: Trojan). Cerrón encerrado en el cofre del Cofre sería un ardid habilidoso, de no ser porque los únicos engañados somos los peruanos. A estas alturas es groseramente evidente que el prófugo de la justicia tiene más poder que la propia presidenta, quien se acerca a la obsolescencia a pasos agigantados.
Lo único que funciona con la precisión de un Rolex es la correa de transmisión entre las organizaciones criminales de la política, con aquellas de las calles. El mensaje es diáfano: sigan haciendo de las suyas, pues eso alimenta el descrédito de la democracia y la búsqueda desesperada de un dictador como Bukele. Un hombre o mujer fuerte que ejerza mano dura sin temblar por cosas insignificantes como la Constitución. De eso nos ocupamos nosotros, pues ya tenemos un Tribunal Constitucional a la medida de nuestros planes.
Hay un refrán que reza: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Si cambiáramos la figura divina por la satánica, el resultado sería el mismo: el triunfo de la pulsión de muerte y citando por última vez hoy a Brel, “nada se vende, todo se compra/ El honor e incluso la santidad. Ça va.
Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".