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Cantos de sirena, por Marisa Glave

“Dina Boluarte tiene que cuidarse de caer, como su predecesor, en nuevos cantos de sirena. Esta vez, de los que le dicen que una tregua pacífica con el Congreso es posible...”.

Pedro Castillo fue electo contra la voluntad de las élites políticas y económicas del país, que le declararon la guerra desde el primer momento y no pararon de buscar su destitución. Sindicalista, maestro rural, hijo de una familia campesina, estaba llamado a sentar las bases de una transformación social que garantice mínimos de justicia y equidad. El devenir de su gobierno da cuenta de la poca conciencia que tuvo del momento histórico y el rol que le tocaba jugar. Su fin, intentando un golpe de Estado al estilo Fujimori, es lamentable y supone un duro revés para las aspiraciones de justicia social del Perú.

Ninguna política de cambio llegó a implementarse. Ni la segunda reforma agraria, ni la tributaria, ni la renegociación del contrato del gas de Camisea. Nada. Por el contrario, dejó el piloto automático del modelo económico sin remordimiento alguno. Su discurso de transformación quedó en un simple cambio de funcionarios públicos, como Alvarado, Marrufo, Camacho, Pacheco, Silva, entre otros, presuntos implicados todos en casos de corrupción. Creyó en los cantos de sirena de su entorno, pensó que lo único que debía hacer era repartir cargos y favores para evitar su vacancia. Una parte de ese entorno lo delató, tras presión de fiscales, y el otro lo abandonó al ver su suicidio político.

Sus irresponsables decisiones nos dejan en una situación muy delicada. Con un Congreso que se siente empoderado y que pretende instalar una narrativa épica democrática, procurando borrar sus propios actos. La crisis del país no tenía un solo culpable. El Congreso tiene enorme responsabilidad y no puede dejarse de lado. Su afán de destitución del presidente tenía motivaciones subalternas, intereses partidarios y de clase. No los guiaba un espíritu democrático. Pedro Castillo les regaló su cabeza en bandeja de plata.

La nueva presidenta, Dina Boluarte, tiene que cuidarse de caer, como su predecesor, en nuevos cantos de sirena. Esta vez, de los que le dicen que una tregua pacífica con el Congreso es posible. Buscarán someterla y si no lo logran, destituirla de alguna manera. Ella debe entenderse como una depositaria transitoria del poder y usarlo para conseguir una agenda mínima de reformas, tanto políticas como sociales. Creer que se abre un periodo regular de gobierno hasta el 2026 es un error y uno grave.

El diálogo al que ha llamado no debe ser solo con los grupos políticos, debe incluir a organizaciones sociales rurales y urbanas, gremios, sindicatos y al sector privado para definir políticas sociales urgentes dadas las apremiantes necesidades en gran parte del país y reformas electorales que garanticen un recambio de poder democrático, incluyendo los plazos adecuados para una convocatoria adelantada a elecciones generales.

No podemos olvidar que solo la ciudadanía, soberana, es la que puede definir quién detenta el poder en el país y por ello debe ser consultada.

Marisa Glave

Desde la raíz

Marisa Glave. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.