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Petro y el ELN, por Irma del Águila

“El liderazgo político de Petro –ese bien esquivo en el Perú– contribuye con el respaldo que obtiene en noviembre, 62% (Polimétrica)”.

En octubre de 1997, el ELN y las FARC buscaban impedir las elecciones municipales: de ahí que en lo que iba de aquel año se había asesinado a 46 alcaldes y miembros de concejos municipales y secuestrado a 49 alcaldes (Human Rights Watch). Entre los candidatos figuraba Gustavo Petro, que postulaba a la alcaldía de Bogotá, por la Alianza Democrática M-19.

En ese clima de tensión política, dos observadores de la OEA eran secuestrados por el ELN en el departamento de Santander. La autora de esta nota participó como observadora electoral en el Putumayo, zona en disputa entre los paramilitares y columnas de las FARC. Los desplazamientos de los observadores en el departamento eran todos por aire, las fuerzas armadas no ejercían el control de las rutas terrestres ni fluviales.

Visitar las municipalidades en el Putumayo era un ejercicio penoso, alcaldes sometidos a una enorme tensión; en una localidad, una teniente alcaldesa (el alcalde había renunciado a su puesto) nos mostraba una “tarjeta de visita” de las FARC: en la cara externa, un ataúd en relieve, en el interior su nombre. Esa noche, Mocoa, la capital del Putumayo, un poblado de poco más de veinte mil habitantes donde pernoctaban los observadores de la OEA, fue atacado por las FARC. El ruido de las armas automáticas desde la calle y el cuartel militar se prolongó por varios minutos.

Diecinueve años después (octubre, 2016), se firmaban los acuerdos de paz con las FARC. Hoy, veinticinco años después (noviembre, 2022), se reinician las negociaciones con el ELN en Venezuela. El ELN no es más la guerrilla que ponía en jaque al Gobierno colombiano. Hoy, el grupo armado de inspiración cubana se financia con el cupo que impone a algunas actividades extractivas, legales e ilegales. Los contingentes armados gozan de relativa autonomía en “sus” territorios; algunos encuentran refugio en Venezuela. Todas estas consideraciones llevan a ser cautos con las negociaciones.

En una maniobra política audaz, Gustavo Petro, que nombró a un exguerrillero del M-19, Otty Patiño, como jefe de la delegación gubernamental que negocia con el ELN, incorporó a militares en actividad, en calidad de observadores. Asimismo, ganó la iniciativa a la derecha con la invitación hecha al líder de los poderosos ganaderos, José Félix Lafaurie, que aceptó integrar el equipo negociador.

Planteando lo impensable, con un equipo negociador de ancha base, Petro, ese animal político, busca crear las condiciones para insuflar confianza al proceso de paz. El escenario de 2022 es bien distinto al de 1997, el miedo que inmovilizaba voluntades ha dado paso a una discreta expectativa en conversaciones que discurrirán por meandros y vericuetos políticos. Por lo pronto, el liderazgo político de Petro –ese bien esquivo en el Perú– contribuye con el respaldo que obtiene en noviembre, 62% (Polimétrica).

La República

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