¿Bad Bunny o la economía?

Mientras los economistas serios —esos insufribles agoreros del mal— se desgañitan alertando sobre el terrible peligro que se cierne sobre la estabilidad financiera del país, la tripulación de este frágil barco llamado Perú vive una eterna fiesta amenizada, no ya por una anticuada orquesta de cámara, sino por el refinado arte de este exquisito e incomprendido músico llamado Bad Bunny.

No por nada, por estos días, los noticieros otorgaron tremendo despliegue a los casos de falsificación de entradas para los dos conciertos del rebuznador de moda (para evitar confusiones: el ya mencionado Bad Bunny), mientras apenas dieron cobertura a los preocupantes signos de que nuestra economía se está yendo derechito al iceberg de la recesión.

¿Cuál recesión, si los conciertos (como los del Conejo Malo) se llenan de bote a bote, los restaurantes, ídem, y la temporada navideña pinta mejor que nunca?, se preguntarán esos optimistas que no se dan cuenta de que el agua les está llegando a las escritillas y muchos de los cuales —para mala suerte nuestra— ocupan justamente cargos desde los cuales pueden espantar a inversionistas, ahorristas y demás agentes económicos.

Entre ellos, obvio, el nunca bien ponderado presidente de la República, que anda por ahí contando parábolas que nadie entiende en lugar de, por ejemplo, acudir a la CADE a tranquilizar a nuestro (siempre nerviosito) empresariado o, por lo menos, tener una conversa con su ministro de Economía, Kurt Burneo, para que le explique por qué en sus recientes discursos ha habido un bajón de las proyecciones de crecimiento para este año.

Pero si don Pedro Castillo, la persona que más debería preocuparse por el bolsillo de los peruanos, anda por ahí hablando paparruchadas, ¿cómo podríamos juzgar a la población que, harta de crisis y sin esperanza en el futuro, prefiere ahogarse en los sutiles versos del conejo desafinado, despacharse sus ahorros en gastos inútiles y vivir el carpe diem como si no hubiera mañana?