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La toma de Lima, por René Gastelumendi

“Los compatriotas provincianos, con empuje y creatividad, hace tiempo que han transformado y conquistado Lima, le han cambiado, para bien y para mal, el rostro. Lima ya es La Nueva Lima. Se ha engendrado nuevo arte, nueva arquitectura, nuevo lenguaje, nueva religiosidad y hasta una nueva ética de trabajo”.

A propósito de la marcha de ayer, ¿tiene sentido una denominación tan ruidosa como “La toma de Lima” a estas alturas de nuestra historia? Para tratar de responder esta pregunta, que considero crucial, lo mejor es salir del turbio y manipulador ámbito político y recurrir a aquellos autores que se han dado el trabajo de analizar, a fondo, un país tan complejo como el nuestro sin ningún otro interés que descifrarlo y poner al alcance de quien quiera sus valiosos conocimientos y conclusiones. Uno de ellos es el antropólogo José Matos Mar, cuya obra: “Desborde popular y crisis del Estado”, publicada por primera vez en el año 1984 por el IEP, es un referente obligado para todo aquel que quiera comprender lo que vivimos más allá de un maniqueísmo y una polarización que nos han traído al momento en el que estamos: que todavía una parte del Perú piense que “La toma de Lima” es un rótulo con asidero.

En este libro de cabecera, Matos Mar nos explica los profundos cambios experimentados en la cultura y configuración social de nuestras principales ciudades, particularmente la capital, a partir del impacto urbano de la masiva migración de origen campesino indígena que se produjo desde la década de 1950 hasta la actualidad. El antropólogo ayacuchano habla de la figura del “desborde” como una especie de revolución silenciosa ante el centralismo capitalino que posterga al resto del Perú, una revolución ante el Perú oficial, el Estado normativo, en la cual la informalidad ha sido mucho más eficiente que las armas para “ajustar cuentas” frente al olvido centralista. Una migración similar, aunque paradójicamente dentro del mismo territorio, a la que reciben Estados Unidos o Europa desde el resto del mundo.

Los compatriotas provincianos, con empuje y creatividad, hace tiempo que han transformado y conquistado Lima, le han cambiado, para bien y para mal, el rostro. Lima ya es La Nueva Lima. Se ha engendrado nuevo arte, nueva arquitectura, nuevo lenguaje, nueva religiosidad y hasta una nueva ética de trabajo cuya mejor manifestación es la gran cantidad de empresas emergentes. Un legado andino en una patria criolla, pero una nación inacabada. Un desborde que, como bien dice Sinesio López, puede llamarse también “incursión democratizadora”. No obstante, el “sueño americano” de buena parte de los peruanos se sigue llevando a cabo en Lima mucho más que en otras urbes. Hace rato que Lima ya está tomada.

La República

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