ONP, mayo 2024: cronograma de pagos

Tayta Humala, por Irma del Águila

“Cáceres en el etnocacerismo […] es el ‘Tayta Cáceres’, el militar-hacendado de Ayacucho bajo cuyo mando los ‘indios’ se descubrían la cabeza, arrodillaban y le besaban las manos”.

Hace unas semanas, Antauro Humala cierra un mitín en Sangarará con vivas al etnocacerismo y al Tahuantinsuyo. Evoca además la gesta del “tayta Cáceres” en la campaña de la Breña al frente de comuneros que enarbolan “la wifala andina”.

Ante un discurso incaísta que llena plazas, donde se saldan cuentas con los “los españoles y sus descendientes criollos limeños que hasta ahora nos gobiernan”, que promete refundar la República a sangre y fuego, una se pregunta por el tipo de orden social que propone.

Para el etnocacerismo, la contradicción principal se da entre la sociedad criolla limeña y la “serrana”. En el recorrido que hace de la historia republicana jalonada por la insurrección de Túpac Amaru II, la guerra con Chile, las rebeliones campesinas del s. XIX y XX, denuncia el fracaso de los “criollos de Lima” pero también de los intelectuales radicales (Mariátegui y Ravines) para articular un proyecto de nación. Y tiene razón en ese punto. Pero en contraste, cuando se ocupa de la sierra, el etnocacerismo impone un silencio mayúsculo: nada o casi nada se dice de la aciaga presencia de los gamonales.

En “Etnonacionalismo, izquierda y globalidad”, Humala, que reivindica la rebelión de Rumi Maqui, omite referirse al sentido del alzamiento y al nefasto rol que cumplieron los gamonales. Se limita a señalar que los de Rumi Maki peleaban “en contra del gobierno reivindicando su lucha campesina […] la prédica inkaica”.

¿Por qué la omisión? El historiador Dagoberto Choque refiere que la única hacienda afectada por la Reforma Agraria en Parinacochas, donde dominaban las comunidades campesinas, fue la de Nemesio Humala. Antes, en 1931, campesinos de Oyolo (Ayacucho) se rebelaban contra los mistis: los Peralta, Villagómez y Humala. El etnocacerismo mira a otro lado cuando se trata de enjuiciar el caduco orden de dominación “cobrizo”.

La figura de Cáceres en el etnocacerismo es elocuente: no es el general Cáceres sino, antes bien, el “Tayta Cáceres”, el militar-hacendado de Ayacucho bajo cuyo mando los “indios” se descubrían la cabeza, arrodillaban y le besaban las manos.

El etnocacerismo se nutre pues de nostalgias mesiánicas del Tahuantinsuyo, de una afirmación étnica “serrana” (cobriza), en un orden vertical que, en realidad, no es novedoso ni propio del mundo indígena. Temibles hacendados como los Lizares Quiñones en Puno, también cacerista, asumían esa prédica en contra de otros terratenientes. Los propios círculos de poder gamonal enarbolaban el incaísmo.

En resumidas cuentas, el etnocacerista está impregnado de formas arcaicas, un relacionamiento entre sujetos étnicos (cobrizos), subordinados a una autoridad “natural” y carismática. Es este orden vertical, el jefe no es igual a cualquier otro “cobrizo”. El “tayta” no discute con los “runas”.

Un proyecto progresista necesita, por el contrario, mirar la historia con sentido crítico para colocarse de cara al futuro. Salir de los entrampes del pasado, impregnados de desvaríos políticos.

La República

Los artículos firmados por La República son redactados por nuestro equipo de periodistas. Estas publicaciones son revisadas por nuestros editores para asegurar que cada contenido cumpla con nuestra línea editorial y sea relevante para nuestras audiencias.