Como si todas las mañanas desayunara un bidón de cafeína, Elon Musk ha mostrado una inusitada hiperactividad desde que compró Twitter. Su cuenta, en la que publica a un ritmo frenético, se ha cargado de alusiones provocadoras, chistes malos, respuestas de todo calibre, afirmaciones contradictorias y anuncios sobre el camino que tomará la empresa. Su estilo es tan caprichoso e impulsivo que sus empleados se han enterado de muchas de sus decisiones estratégicas no por comunicaciones oficiales, sino por sus súbitos mensajes en la red social.
Durante toda la negociación, Musk aseguró que uno de sus propósitos era devolver la libertad absoluta a Twitter. Como para probar el temple del nuevo dueño, en el momento en que se cerró la operación –por 44 mil millones de dólares, una cifra que apenas cabe en la imaginación–, los mensajes de odio se dispararon. Musk pareció darles entonces la razón a los expertos en moderación, que lo habían prevenido del riesgo de permitir asuntos tan delicados como la pedofilia o las amenazas de muerte, y escribió: “Twitter no puede convertirse en un infierno de libertad para todo, donde se pueda decir cualquier cosa sin consecuencias”.
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Para entonces había despedido a la plana mayor de la empresa y entrado en una polémica (por Twitter) con Stephen King quien, cuando conoció las intenciones de cobrar 20 dólares por la verificación de cuentas (el famoso check azul), escribió: “Deberían pagarme”. Musk le respondió: “¿Qué tal 8 dólares?”. Mientras escribo estas líneas, los empleados de la empresa comienzan a abrir sus bandejas de correo electrónico para averiguar si mantienen su trabajo o se suman a los 3.700 despedidos (casi la mitad de planilla).
Estos movimientos no son gratuitos. El camino que Musk escogió para convertirse en el hombre más rico del mundo fue el del riesgo, ganando al menos tres pulseos: PayPal (pagos online), Tesla (autos eléctricos) y SpaceX (carrera espacial). Sus esfuerzos ahora están invertidos en balancear las cuentas de una red que no vivía sus mejores momentos y cuya situación se ha complicado más con la partida de anunciantes como General Motors, L’Oréal, General Mills, Audi y Pfizer, que prefirieron marcharse luego del cambio de propietario.
Según Jordi Pérez, divulgador científico del diario El País, otras medidas que viene estudiando implican reactivar el servicio de videos Vine, establecer mensajes directos de pago o abrir una versión propia de OnlyFans. De otro modo, parece poco probable afrontar la deuda que el empresario y sus socios asumieron para comprar Twitter. Se vienen semanas de sorpresas para la red social del pesimismo y la crítica, la más política y conflictiva, la única que –de momento– se sustenta en el texto escrito.
Raúl Tola. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.