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Denis Sulmont (1943–2022), por Enrique Fernández–Maldonado

“Al poco tiempo publicaría su libro Historia del Movimiento Obrero –un clásico de la sociología peruana– que lo convertiría en el pionero indiscutible de los estudios del trabajo en el Perú”,

El mundo del trabajo está de luto. Hace unos días partió Denis Sulmont, el sociólogo francés que arribó al Perú a fines de los sesenta, con 24 años y un proyecto de investigación bajo el brazo, y que pronto se convertiría en un referente de las nacientes ciencias sociales peruanas. Casado, con hijos y docente en la Universidad Católica por más de tres décadas, Sulmont será recordado por ser el formador de varias generaciones de científicos sociales interesados por los estudios del trabajo y del sindicalismo.

La de Sulmont fue una vida rica en experiencias. Nació en el contexto de la posguerra. Parte de su infancia y adolescencia las pasó entre Francia y Marruecos. Luego estudiaría sociología en La Sorbona en plena efervescencia de mayo del 68. Ya con un pie en el Perú, sustentaría una tesis doctoral (asesorada por Alain Touraine) sobre la juventud chimbotana. Al poco tiempo publicaría su libro Historia del Movimiento Obrero –un clásico de la sociología peruana– que lo convertiría en el pionero indiscutible de los estudios del trabajo en el Perú. Posteriormente vendrían sus aproximaciones heterodoxas al análisis de la empresa, de las organizaciones y de los nuevos movimientos sociales.

Para muchos Sulmont forma parte de una estirpe de científicos sociales en extinción.

Por un lado, fue de los pocos académicos extranjeros que convirtieron su “campo de estudio” en su “lugar en el mundo”. Por nuestro territorio ha transitado una vasta legión de investigadores de todo el mundo, que luego han mantenido vínculos y amistades con el Perú, pero a la distancia. Pocos tiraron sus anclas en estos lares (pienso en Jeffrey Klaiber, Manuel Marzal o Perico García, por mencionar algunos). ¿Qué hizo que unos llegaran y partieran, y que otros decidieran quedarse? El arraigo de Denis y otros colegas “foráneos” supera los invalorables lazos familiares y amicales, tejidos a lo largo de décadas, para fundirse con un intenso –y probablemente complejo– amor por el Perú y su gente.

La excepcionalidad de Sulmont tiene que ver con algunos rasgos que marcaron su trayectoria como sociólogo y como persona.

Formado en la escuela francesa, Sulmont cultivó la disciplina y el método como marca de su producción intelectual. Sistemático en el diseño de investigación, en la búsqueda y construcción del dato, persistente en su enfoque humanista y marxista, la producción académica de Sulmont se caracterizó por su rigurosidad y sustento. Sus últimos esfuerzos en las aulas universitarias, y antes en talleres sindicales, buscaron siempre promover diálogos interdisciplinarios que le permitieran abordar realidades heterogéneas como la nuestra.

Ahora que buena parte de los científicos sociales transita entre la tecnocracia pública, la consultoría privada y el activismo de ONG, el compromiso político e intelectual de Sulmont con los sectores populares y sus organizaciones le otorga vigencia al viejo dilema sobre el rol de los intelectuales en las sociedades contemporáneas. ¿Producen conocimiento para qué o para quiénes? ¿Con qué fin? La opción política de Denis por los desposeídos y explotados no debilitó la consistencia de su quehacer científico, pero sí marco derroteros claros. En ello fue clara la impronta que significaron sus acercamientos tempranos con Gustavo Gutiérrez y José María Arguedas, su vínculo con la izquierda católica, pero, sobre todo, con el movimiento obrero, que lo integró en su círculo más íntimo de correligionarios.

Replegado en sus cuarteles de invierno, cercano a los ochenta, Sulmont nos deja, rodeado por su familia, en su casa de Pueblo Libre. Aun con una salud resquebrajada, Sulmont no perdió nunca el entusiasmo y vitalidad del joven francés que llegó al Perú y se quedó para comprenderlo, amarlo y transformarlo.

La República

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