¿El 30 de abril es feriado o día no laborable en Perú?

Opacos espejos

“Da la impresión de que la débil representación no es de uno u otro interesado en gobernar a sus conciudadanos, sino de la política misma como concepto y como práctica”.

IEP pregunta por quién se siente representada la gente. La mitad de los consultados respondió que por nadie, y una quinta parte se excusó de opinar. Con ese 68% debería terminar el asunto. Pero luego está la lista de los nombres propios: ¿cuál es el político que siento que en efecto me representa?

En realidad el tema del sondeo IEP es la crisis de representación entre los políticos peruanos. El concepto se presta a múltiples definiciones, pero muchas de ellas pueden confluir en la pregunta ¿quién va a defender mis intereses desde su cargo público (si lo obtiene)? Allí la cosa se empieza a poner sombría. ¿Existe siquiera el concepto en el país?

Se descubre que el sentimiento de representación frente a los políticos hoy no es particularmente intenso (aquí HOY es la palabra clave). Empieza con el 6% de Pedro Castillo y el 4% de Antauro Humala, y de allí va bajando hasta el 1%. Castillo acapara publicidad y Humala está de moda por un momento. ¿Qué cosas significan todas estas minicifras?

Da la impresión de que la débil representación no es de uno u otro interesado en gobernar a sus conciudadanos, sino de la política misma como concepto y como práctica. El antiguo consejo “hijo, no te metas en política” ya podría figurar en nuestro escudo nacional. Este es el eslabón clave en una crisis como la actual.

El problema de baja representación que se revela aquí tiene que ver con la percepción y evaluación pública de las conductas de los políticos. Pero también con la fragilidad de aquellos mecanismos dedicados a establecer relaciones permanentes entre el gremio político y la ciudadanía; léase partidos políticos democráticos.

Todo esto significa que en cuanto democracia que aspira a ser representativa estamos en problemas. Los ataques a la idea de representatividad no demoran en convertirse en ataques a la democracia como sistema. Así comienza el círculo vicioso en que el político deja de ser democrático y el ciudadano de la calle también. Votar se vuelve una incomodidad. Los políticos opacos espejos de la población.

Todo termina en que el político realmente no tiene el menor interés en representarnos. Quiere únicamente nuestro voto para llegar al rico cargo. Castigamos esa indiferencia diciendo que no nos representa. Pero sí.

La República

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