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¿Qué está ocurriendo?

Un candidato a alcalde acusado de violación se suma a un congresista denunciado por lo mismo.

Algo está ocurriendo en el país cuando un congresista utiliza el recinto parlamentario para organizar una reunión en la que se repartía licor y se permitieron excesos sexuales, con el agravante de que la víctima era personal subordinado.

También nos causa el mismo sentimiento de sorpresa y hartazgo escuchar a un candidato a alcalde acusado por su propio hijo de haber ejercido violencia física y psicológica. El caso existió y la policía recogió el testimonio del joven. Se elevó a la Fiscalía, donde se ha archivado.

Ahora la Defensoría del Pueblo ha pedido explicaciones al Ministerio Público por encarpetar la denuncia y no ventilarla en su momento. Habrá que esperar un deslinde de las autoridades judiciales sobre este episodio, en el que incluso existe información sobre la intención del candidato de limpiar este expediente de su historia de vida cuando inició su campaña como candidato a alcalde de Lima por el partido Juntos por el Perú.

Gonzalo Alegría no ha sabido aclarar su versión en los espacios que le han sido concedidos. Por el contrario, ha procedido a ridiculizar las declaraciones que lo ubican en una posición muy comprometida frente a la opinión pública. Corresponde un esclarecimiento coherente, los testimonios que sostengan su afirmación y la mayor apertura a la investigación rápida y eficiente de los hechos ocurridos.

Quiso involucrar al hijo denunciante en una conspiración de la ultraderecha que busca afectar la imagen política del padre por intereses de los grupos económicos que no lo aceptan y quieren eliminarlo de la competencia electoral.

La denuncia es muy grave y afecta la ya decaída imagen de la política peruana. Lo es también la acusación contra el congresista Freddy Díaz, que no despierta la protesta de sus propios colegas parlamentarios y que busca ser callada a la espera del manto del olvido.

Estos casos, de ser comprobados, deben merecer el repudio generalizado y la inmediata separación de la competencia electoral y de la representación parlamentaria. Hemos descendido a los sótanos de la política, a la zona roja, al estercolero, y hay que encontrar la forma de salir de allí. Sin una clase dirigente capaz de garantizar la democracia y la gobernabilidad y que sepa sacudirse de estos delitos execrables, no hay un futuro posible.