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La ciudad arcádica

“No tengo esperanza en estas elecciones. Es difícil enderezar la ciudad genéticamente desordenada y adiposa. Ingobernable y quejumbrosa. De una estética del caos y la elegancia de lo grotesco”.

Los limeños Moro, Salazar Bondy y Porras no hubieran sido felices ni con la Línea 2, Pasamayito, la nueva Carretera Central, el flamante aeropuerto, la Costa Verde al Callao o la ampliación del Metropolitano. Para ellos Lima era un estado de ánimo con el virus de la melancolía. Lima y su geografía de la nostalgia. Ciudad arcádica de la reminiscencia gloriosa. Villa de huertos cerrados, acequias rumorosas y zaguanes de la pura hipocondría.

Pero Lima es la única capital en el mundo que vive de nalgas al mar. Y entre otras peculiaridades, fue ciudad fundada cinco veces. Desde el Señorío Ychma entre los ríos Rímac y Lurín, pasando por quechuas, españoles y criollos y hasta la Lima de José María Arguedas donde el tiempo corre a la inversa y la Lima de Los Shapis al final. Arguedas –que era el más limeño de todos aunque haya nacido en Andahuaylas— advertía allá por los cincuenta, que esta ciudad tenía el colofón de la choledad. Más el drama de lo chicha que había advertido Willy Nugent.

Y Urresti y López Aliaga acaso conocen de estos asuntos. No, definitivamente no. Y habrán leído a Rolando Arellano. Tampoco. Porque se es limeño, no se nace limeño. Y uno es de donde su madre le dio de mamar. La ‘matria’. Y ambos personajes son anémicos de hemoglobina social. Pero limeños fueron Palma –el mejor cronista de todos los tiempos– y mis padrinos Adán Felipe Mejía “El corregidor” y don Héctor Velarde. Maestrazos de quilates. Que hablaban fino y escribían mejor, con enjundia y salero y picardía y ortografía.

No tengo esperanza en estas elecciones. Es difícil enderezar la ciudad genéticamente desordenada y adiposa. Ingobernable y quejumbrosa. De una estética del caos y la elegancia de lo grotesco. Hoy dominan el ejido los gamarristas que es nueva clase social y los de Unicachi. No está Sofocleto ni Zeñó Manué. Y se murió el negro “Cañería” y el popular “Mil quinientos” y el Dr. Pepe Durand, que cantaba amorfinos y panalivios. Y solo los escritores como Bryce, Cisneros, Ampuero, Cueto, y Pimentel escriben al limeño con langa, apuntalan la memoria, como resaca de “Capitán”, aquel trago de pisco y vermut, para tomar desde la matinal.

Desobediente, la cultura limeña funda su imaginario en los subsuelos del erario pasional. La norma se hace licencia. El desorden se respeta y genera la psiquis vitaminizada. La ciudad abriga a sus prestigios. El paisaje limeño en un daguerrotipo de evocaciones. Y así florece, y hasta el cierre de esta edición, Lima ya limita por el norte con Ecuador.

La República

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