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Adictos al escándalo

“En provocación, un libro espléndido de Stanislaw Lem, lo diagnostica en 1982: ‘La cada vez peor calidad de las élites políticas dirigentes es resultado de la creciente complejidad del mundo”.

La expresión pares antitéticos fue acuñada por Freud para designar oposiciones humanas típicas, tales como sadismo-masoquismo o exhibicionismo-voyeurismo. Ambas nos conciernen e interpelan, tanto en la esfera pública como en la privada, dada la situación política que estamos viviendo. Desde el primer vladivideo (en el que el congresista Kouri se vende por 15,000 dólares) hasta hoy, mucha agua ha corrido bajo el puente de los escándalos.

En estos días se requiere bastante más que el soborno mediante un camión frigorífico –Kouri dixit– para remecer a la opinión pública. A fuerza de recibir nuestra dosis cotidiana de trasgresiones, que van desde audios coordinando votaciones en el Congreso hasta licitaciones del Estado o ascensos en las Fuerzas Armadas, los peruanos hemos desarrollado habituación y dependencia.

Cuando se consumen ansiolíticos, el organismo se adapta y requiere de dosis más elevadas para sentir el mismo afecto sedante. Al mismo tiempo, resulta cada vez más difícil prescindir de esos fármacos para vivir. Lo propio sucede con las drogas (los fármacos también lo son).

Los noticieros dominicales lo saben. Por eso sus reclamos publicitarios semanales prometen el escándalo “que tendrá el efecto de una bomba”. Los espectadores también lo saben: será el parto de los montes. No porque la noticia carezca de importancia, sino porque la habituación hace que sea cada vez más difícil remecer a una opinión pública aletargada, ahíta de información chatarra, de fumar crack en lugar de esnifar cocaína.

Los políticos ya lo advirtieron también. Al punto que cabe preguntarse si no prefieren figurar, aunque sea como villanos, que sumirse en el anonimato. De hecho, muchos de esos audios supuestamente devastadores provienen de su propio bando.

Este proceso de envilecimiento colectivo favorece a personajes inescrupulosos con personalidades psicopáticas. Para estos la vergüenza no es un obstáculo, tal como conversaba con René Gastelumendi en una entrevista que me hizo para el programa Psicoanálisis en el Diván, de Epicentro tv.

En provocación, un libro espléndido de Stanislaw Lem, lo diagnostica en 1982: “La cada vez peor calidad de las élites políticas dirigentes es resultado de la creciente complejidad del mundo”. Como nadie, por sabio que sea, explica, puede abarcar tamaña complejidad, los que lo hacen son quienes no se preocupan por esa limitación. Para las excepciones se recurre a las comisiones investigadoras, manejadas por políticos que los consideran un estorbo para sus marranadas.

La República

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