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La inutilidad de buscar salidas racionales

“Así las cosas, es tiempo de admitir que esta pesadilla solo terminará cuando la inepcia y la corrupción de los actores políticos que están destruyendo el Estado y la institucionalidad se hagan un involuntario harakiri”.

Este primer año de gobierno de Pedro Castillo y el Congreso de la República nos deja múltiples enseñanzas y un desasosiego sin fondo. El pesimismo y el escepticismo que se nos han hecho habituales tienen su razón de ser en lo que estamos viendo ahora mismo. Pese a que las evidencias de corrupción y desgobierno por parte del Ejecutivo se acumulan de manera inaudita, el Legislativo, ya sea por cálculo o mera impericia, se las arregla para tirarle un cabo al presidente, cada vez que está a punto de caer al abismo. Arrastrándonos a todos, por supuesto.

Una y otra vez, se autosabotean y se convierten, de facto, en los mejores aliados de Castillo y sus secuaces. Como está ocurriendo con las listas a la junta directiva del Parlamento. Puesto que la palabra se ha devaluado como peso argentino, las declaraciones de unos y otros, sus compromisos y alianzas, se desvanecen ya ni siquiera en días: en horas o incluso minutos. De ahí que nadie preste la menor atención a sus solemnes declaraciones. El perro de Pavlov se queda echado en la jaula, por más campanitas que le hagan escuchar. No le restan fuerzas ni para salivar, porque no cree en la veracidad de los experimentadores.

Los más calificados analistas políticos ensayan fórmulas de salida constitucional, pero estas no funcionan. Entre otros motivos, porque el Poder Judicial también está sumido en el caos y el descrédito. Así las cosas, es tiempo de admitir que esta pesadilla solo terminará cuando la inepcia y la corrupción de los actores políticos que están destruyendo el Estado y la institucionalidad se hagan un involuntario harakiri.

En otras palabras, puesto que la calle parece haber caído en una parálisis estuporosa, solo entre ellos podrán destruirse. Y lo harán porque, como el escorpión de la fábula, está en su naturaleza. El problema es cuándo sucederá y qué quedará en pie de nuestro Estado. Es penoso admitirlo, pero solo la implosión nos puede sacar de esta situación horrenda. Lo que venga después lo descubriremos a su tiempo. Por lo menos tendremos la oportunidad de demostrarnos que hemos aprendido algo de esta experiencia catastrófica. Si no lo hemos hecho, entonces la responsabilidad recaerá sobre nosotros. Hasta entonces, cuiden su salud mental. Acudan a la Feria del Libro y salgan con algo bueno bajo el brazo.

La República

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