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A propósito de Carlos Álvarez, por Lucia Solis

“El ‘humor’ peruano se basa en reirse de comunidades histórica y sistemáticamente vulneradas como las mujeres, las personas indígenas, afrodescendientes, con alguna discapacidad, las y los gordos, homosexuales, personas transgénero, etc. Y eso no es humor, es violencia”.

Mucha controversia se ha generado en la última semana por el comunicado desaprobatorio del Ministerio de la Mujer respecto a la representación que hizo un cómico peruano de la primera dama Lilia Paredes en Enfoques cruxados, el programa de Jaime Chincha en canal N. Muchas y muchos aplaudieron este pronunciamiento. Otros le llamaron ‘’humor político’'. La posición de esta columna es que la ‘’imitación’' de Carlos Álvarez sí es una forma de violencia.

Además del brownface y la impostación del acento que suelen usar los cómicos cuando quieren ‘’parodiar’' a personas no limeñas, dos aspectos del que ya se han referido diversos especialistas y activistas antirracistas, la representación de Álvarez cuenta con lo que parece una fórmula infalible en el humor nacional que es el cómico varón cisgénero disfrazado de mujer, un recurso utilizado por décadas en donde ‘’lo femenino’' parece ser gracioso… graciosísimo. No vemos a mujeres caracterizadas de hombres porque no da gracia. La mofa de quienes representan el poder no es chistosa. Al menos no en el Perú, en donde hemos normalizado la risa a costa de los ‘’otros’', pero no de cualquier ‘’otros’'.

La esencia de nuestra comicidad está sostenida en la burla por cuatro razones: género raza, discapacidad (aquí se puede incluir, con sus distancias, la gordofobia) y diversidad sexual; es decir, El ‘’humor’' peruano se basa en reirse de comunidades histórica y sistemáticamente vulneradas como las mujeres, las personas indígenas, afrodescendientes, con alguna discapacidad, las y los gordos, homosexuales, personas transgénero, etc. Y eso no es humor, es violencia.

Frente a esto, defender estas representaciones categorizándolas como ‘’humor politico’' y alegar que ‘’ya no se puede decir nada’' porque todas y todos estamos ‘’muy sensibles’' es legitimar esta violencia. Ignorarlas es seguir alimentando y normalizando aquellas concepciones racistas, clasistas, capacitistas y misóginas que son la fuente de muchos insultos peruanos dolorosamente comunes.

Uno de los argumentos con el que se trata de proteger este tipo de ‘’comedia’' es el mismo bajo el cual se omiten declaraciones igual de clasistas o racistas a niveles políticos: el que se construye desde la indivualidad. Está el ‘’pero a MI no me ofende’' o ‘’pero YO dejo que la trabajadora del hogar coma con nosotros’'. Y está bien. Es posible que estas personas no se sientan directamente afectadas por estos discursos porque no son dirigidos a ellas, porque no tienen conciencia de género, clase, raza, de diversidad sexual o por cualquiera que fuera la razón. Sin embargo, el sentir individual no puede deslegitimar décadas de lucha contra todo tipo de violencia hacia comunidades indígenas, afrodescendientes, LGTBIQ+, entre muchas otras.

Los repertorios de demasiados cómicos peruanos se sostienen en el desprecio hacia quienes siempre han estado y siguen estando en el fondo de la pirámide en cuanto a representación. Tenemos autoridades que dividen entre ‘’indios y blancos’', que difunden creencias machistas como que ‘’la mujer es tan destructiva y despiadada’' y tantas ofrases frases más. Nuestro humor no dista demasiado de estos discursos, sino que los disfraza de personajes tan queridos como problemáticos que fortalecen los cimientos racistas, clasistas, misoginos y homófobicos sobre los que funciona la sociedad peruana. Una carcajada a la vez.

Lucia Solis Reymer

Casa de Brujas

Periodista y editora de género en Grupo La República. Licenciada en Comunicación y Periodismo por la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas y máster en Estudios de Género por la Universidad Complutense de Madrid.