ONP, mayo 2024: cronograma de pagos

Un cuento con final triste

“Entonces, la mayoría del parlamento, que era poco popular, pensó: ‘¿qué podemos hacer que nos haga populares?’. Uno de ellos dijo: ‘Hay mucho dinero en los fondos de pensiones...”.

Presidente del Instituto Peruano de Economía (IPE). Director de la maestría en Finanzas de la Universidad del Pacífico.

Érase una vez un país que tenía una fracción de la población que era anciana. El rey le dijo a sus tres consejeros de confianza: “Encuéntrenme una forma en que pueda cuidar de los viejos y, eventualmente, de los jóvenes, que se volverán viejos algún día”.

Después de mucho meditar, el primero dijo: “La forma ha de ser convenciendo a los jóvenes de ahorrar para su vejez, será por su propio bien y así lo entenderán”. El segundo replicó: “Pero nadie piensa en la vejez cuando es joven, nunca ahorrarán lo suficiente”. El tercero dijo: “Entonces, hagámoslo obligatorio, como he oído lo hacen muchos otros países”.

El segundo (que claramente era un aguafiestas) respondió: “Pero, ¿en dónde poner los ahorros de toda una vida?, además de mucha resistencia, también habrá mucha desconfianza”. El primero pensó y añadió : “Si los ahorros van a unos fondos que tienen que cumplir reglas estrictas y pueden competir por tomar los ahorros, sería una buena solución”.

El tercero, entusiasmado, agregó: “Esos fondos pueden servir para financiar inversiones que le den mayor rentabilidad a los ahorros” y el segundo retrucó: “Los ahorros se usarán mal, siempre lo hacen”. El primero insistió: “No si ponemos reglas estrictas sobre cómo y en qué se invierte”. El segundo, siempre pesimista, dijo: “A la primera oportunidad que les demos de sacar sus fondos, los sacarán”. El tercero replicó: “No sucederá si los fondos para la vejez se separan del resto de los ahorros y solo se pueden usar para pensiones de vejez”.

“Pero, ¿quiénes manejarán estos fondos y qué incentivos tendrán para manejarlos bien?”, dijo el aguafiestas. “Pues cobrarán una comisión y, dejándolos competir por los fondos, esta comisión será baja”, respondió el tercero. “Pero al principio los fondos serán relativamente pequeños. ¿Quién va a invertir en manejar algo a tan largo plazo y tan desconocido? No podrán cobrar lo suficiente para que sea atractivo”, insistió el segundo.

“Entonces, dejémosles cobrar al principio una comisión que les pague de una sola vez por administrarles el fondo para siempre”, dijo el primero y añadió: “Más adelante, cuando estos fondos ya sean grandes, cambiaremos la manera en que se cobra”. El tercero dijo: “¿Se han dado cuenta de que, eventualmente, estos fondos serían enormes?, podrían financiar grandes proyectos y, a largo plazo, eso sería muy bueno para todos”.

Entonces, muy contentos con lo que habían pensado, volvieron donde el rey con su propuesta. Al rey le gustó mucho y lo mandó al parlamento, donde lo hicieron ley y el sistema comenzó a operar. Al cabo de veinticinco años, el sistema funcionaba, aunque con problemas salvables.

Entonces, la mayoría del parlamento, que era poco popular, pensó: “¿Qué podemos hacer que nos haga populares?”. Uno de ellos dijo: “Hay mucho dinero en los fondos de pensiones y a la gente no le gusta contribuir, las empresas de fondos de pensiones son muy impopulares. ¿Qué tal si sacamos una ley que permita que, al llegar la edad de jubilarse, todo ese dinero sea suyo y hacemos trucos para poder jubilarse desde los 55 años”. Aun cuando uno de ellos reflexionó: “Pero si hacen eso, los fondos ya no tienen sentido”, el resto ya se había ido a aprobar la ley.

A la ley no se opuso casi nadie. Las mismas empresas encargadas de los fondos tampoco se opusieron mucho porque ya no cobraban por manejar fondos de jubilados. Pero se abrió la puerta a todos los que querían ser populares en el parlamento y, desde entonces, vinieron más y más retiros de los fondos, aunque todos los sabios aconsejaban no hacerlo. La gente estaba feliz de recibir ese dinero, que muchos ni sabían que tenían, hasta que la mayoría de ellos se quedó sin nada en sus fondos. Ahora no hay sistema de pensiones, así que la gente tiene que pensar en cómo financiarán su vejez, pero para eso falta mucho tiempo.

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Miguel Palomino

De La Oroya. Economista y profesor de la Universidad del Pacífico y Doctor en Finanzas de la Escuela de Wharton de la U. de Pennsylvania. Pdte. del Instituto Peruano de Economía, Director de la Maestría en Finanzas de la U. del Pacífico. Ha sido economista-jefe para AL de Merrill Lynch y dir. gte gral. ML-Perú. Se desempeñó como investigador GRADE.