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Más cañones: regreso al pasado

“La FAO y otras agencias estiman en US$265 mil millones al año (12% del gasto militar mundial) el monto necesario para lograr resultados espectaculares contra el hambre de aquí al 2030″.

El mundo pone ahora el énfasis en el gasto militar. Suena a pesadilla, pero es tremendamente real. Viejos fantasmas que parecen despertar, carreras armamentistas que parecían cosa del pasado, entre viejos y nuevos actores globales se marcan presupuestos multimillonarios y el rumbo de un mundo cada vez más inseguro. En nombre, por cierto, de la seguridad propia.

En las últimas dos décadas se venía dando ya, en realidad, una redefinición de prioridades y el colapso de sueños antiarmamentistas que siguieron al fin de la guerra fría. EE. UU., por ejemplo, aumentó su gasto militar en 40% en los últimos 20 años. Desde la ocupación rusa de Ucrania, como se sabe, varios países han acelerado el ritmo cualitativo y cuantitativo del armamentismo; a niveles que ni las mentes más pesimistas podrían haber augurado. Tres momentos destacan en este devenir empezando por el año 2000, como lo ha resaltado en reciente artículo Foreign Affairs (The Great Global Rearmament).

En los 20 años transcurridos entre 1999 y el 2021, el gasto armamentista mundial creció en 127% pasando de US$118 per cápita a US$268. El gasto militar en el “norte global” se empezó a reanimar luego de los ataques terroristas del 11 de setiembre siguiendo un ascenso gradual hasta un “segundo momento”: la anexión de Crimea por Rusia el 2014. En los siete años que siguieron desde lo de Crimea, hasta la fecha el gasto militar europeo, a su vez, aumentó 25%.

Estas intensas tendencias armamentistas, espeluznantes de por sí, han quedado empequeñecidas con el nuevo salto derivado de la guerra en Ucrania, empezando por el importante aumento en el gasto militar europeo (junto con la “resurrección”, gracias a Putin, de la agonizante OTAN). Y ocurre prácticamente en todos los países, incluida Suecia que recién se está incorporando a la OTAN.

Alemania, el socio europeo más relevante y de peso, con su Zeitenwende, “punto de inflexión”, para lo cual tuvo que cambiar este año su Constitución. Modificó su política de no exportar armas a partes en conflicto y, a la vez, aprobó su mayor gasto militar desde 1940 –tiempos de pesadilla– creando un fondo de 100 mil millones de euros para Defensa (2% de su PBI).

Ya Rusia había aumentado su gasto militar luego del bajón por las sanciones luego de la ocupación a Crimea; el año pasado (2021) ya aumentó en 2,9%, cantidad nada desdeñable de US$65 mil millones. Mientras, el presupuesto militar en China viene aumentando de manera sostenida desde 1995, a nivel de 10% anual: US$293 mil millones el año pasado. Ello en un contexto regional que impacta en el aumento de gasto militar en países como Japón o Australia (US$100 mil millones viene asignando ya en su mayor gasto militar histórico).

Mientras, el cambio climático no se detiene y el hambre tampoco y se debilitan las capacidades de enfrentar estas graves amenazas. Esta nueva y multimillonaria carrera armamentista, que parecería estar recién en sus inicios, deja empequeñecido el presupuesto esencial para cubrir metas concretas y de corto plazo en el enfrentamiento al cambio climático y el hambre. La FAO y otras agencias estiman en US$265 mil millones al año (12% del gasto militar mundial) el monto necesario para lograr resultados espectaculares contra el hambre de aquí al 2030. Nada de eso se podrá hacer.

Ocurre todo esto allende las fronteras en nuestra región. Hasta el momento, felizmente, ese furor armamentista no se contagia por estas tierras latinoamericanas, pero tampoco se abre un escenario en el que nuestra marginal y marginada región se pueda hacer oír.

Queda un reto importante: ¿Posibilidades de acción concertada ahora que una mayoría de los gobiernos en la región comparten un signo progresista? Podría ser. Pero mientras no haya liderazgo(s) para empezar a verse las caras, con objetivos y estrategias comunes frente a asuntos tan graves como este, seguiremos siendo un archipiélago irrelevante y pasivo, convidado de piedra con la historia pasando, de nuevo, delante de nuestras narices.

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La República

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