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Despido y soledad

“Para este mamífero urbano no es extraño el trato que sufren las mujeres brillantes de mi país. El abuso, por ejemplo, contra Ruth Shady, gestora de la monumental Caral, olvidada a su suerte frente a la violencia de los traficantes de terrenos...”.

En el Perú se conoce menos a Soledad Mujica que a Melissa Paredes. Cosas de los medios, apostar por lo sórdido y desechar el arte. Ayer nomás despidieron a la señora Mujica del cargo de directora de Patrimonio Inmaterial de esa olla de grillos que es el Ministerio de Cultura. Y en esa oficina pública la prefieren a una burócrata del actual gobierno. Sí, a la funcionaria que le dio brillo a la Feria “Ruraq Maki: hecho a mano”, uno de los mayores proyectos en beneficio del arte y cultura popular.

Para este mamífero urbano no es extraño el trato que sufren las mujeres brillantes de mi país. El abuso, por ejemplo, contra Ruth Shady, gestora de la monumental Caral, olvidada a su suerte frente a la violencia de los traficantes de terrenos que germinan en esos pagos donde existe la cultura más antigua del planeta. Y puedo agregar a todas las autoridades últimas al mando del Archivo General de la Nación, Carmen Carrasco, Luisa María Vetter u Olinda Rengifo agobiadas por la torpeza de la burocracia estatal.

No obstante, las mujeres en el Perú me llenan de orgullo. Desde las del comedor popular hasta mi profesora, la gran historiadora María Rostworowski Tovar de Diez Canseco fallecida el 6 de marzo de 2016. Y me llena de orgullo haber recibido sus enseñanzas y conocer su proyección histórica. María fue autodidacta como Mariátegui pero vivió intensamente sus horas de juventud en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos: “fui una alumna marginal, situación que me dolía profundamente. Por esos años, grandes e ilustres maestros dictaban cursos en el Patio de Letras, como Raúl Porras Barrenechea, Luis Valcárcel, Julio C. Tello y otros. Para mi buena suerte conocí a Porras y se interesó en mis investigaciones con su profunda vocación de maestro que me orientó y enseñó cómo investigar historia, cómo fichar, y me suministró la bibliografía necesaria”. Escribo esta columna como homenaje a la mujer peruana. Hoy que ya felizmente pasó esa letanía del bicentenario –esa celebración hueca y sin valor de pertenencia–. Cierto, estoy seguro que esa parafernalia hubiese puesto de muy mal humor a María Rostworowski. Ella que insistía que las efemérides cívico militares eran una farsa. Decía que la celebración del Día de la Independencia debe servir para que los peruanos se independicen de ellos mismos.

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Así de rotunda era esta mujer, lúcida y valiente que dedicó su vida a estudiar los orígenes de un país plagado de deudas y de dudas. Y que hoy, como a Soledad Mujica, hay que darle su valor.

La República

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